padre se hallaba después de traer una carga de madera, mucho después de anochecido en un helado día de noviembre, y le pregunté si tenía mi libro. Sí. repuso. está en aquel lío atado a la cadena de la madera.
Llévalo a la casa. Cargué con el lío y, habiendo encontrado el libro, procedí a buscar lo que contenía.
En alguna parte he leído que pasados cien años, de todas las obras que se relacionan con el hombre en la actualidad, se hallarán en uso aún unas cuantas canciones, unas cuantas carreteras y unas cuantas leyes.
Ciertamente en lo relativo a ese temprano incidente de mi vida, algo semejante ocurre. El camino por el cual había venido el libro en la carga de madera aún cruza la pradera, con su vereda de cascajo en el mismo punto en que el verano anterior había yo observado a los trabajadores amontonándolo hasta que llenaron la línea que salvaba el pantano. Del libro recuerdo algunos versos que contenía, y la historia de un muchachito llamado Ciro, que regresó muy serio una noche de la escuela. Una envestigación descubrió que había sido castigado aquel día por un juicio injusto. En su escuela los alumnos a veces actuaban como árbitros entre ellos mismos, con lugar a apelación al maestro.
Un muchacho pequeño tenía un gran saco, demasiado grande para él. Otro muchacho mayor cuyo saco se volvía demasiado pequeño para él, propuso cambiarlos; el pequeño resistió, siendo entonces Ciro nombrado árbitro. Ciro había decidido que el muchacho mayor tomara el saco grande y el menor se quedara con el chico. Sólo mucho después llegué a saber que la historia fué escrita por Jenofonte y que el errado juez era Ciro el Grande.
Creo, sin embargo, que la anécdota, falsa o verda dera, representa un episodio precursor de su posición real. Si el pequeño Ciro pronunció efectivamente ese juicio, fué porque ya entonces el despótico legislador oriental se manifestaba en él y había eliminado el espíritu de juez. Ningún escolar que haya leído la historia, sin sospechar la categoría del héroe, habrá aprobado aquel desconocimiento de los derechos de propiedad. Ciro defraudó la expectativa razonable al negar la propiedad de su saco al más pequeño de sus condiscípulos.
La niñita que no recibió nada de su almuerzo en el picnic y a quien su provisión le fué arrebatada, tenía razón desde su punto de vista. Sólo le faltaban conocimientos acerca de lo que en su caso podía ra2ovablemente esperar. Las expectativas de los niños tienen una agudeza proporcionada a la simplicidad de su concepción de las cosas y a su ignorancia sobre convencionalismos. Su ignorancia misma de consideraciones restrictivas robustece su sentimiento de propiedad. Pero ya sea este sentimiento infantil, simple y fuerte, o sofistico, maduro y mezclado a otras consideraciones, lo que llamamos justo o injusto es la realizacion o la falta de lo que consideramos como expectativa razonable.
Por consiguiente, la cuestión sobre la responsabilidad de los patrones se reduce a lo que el trabajador espera en forma de justicia. Asume el riesgo cuando toma el empleo, o debe el riesgo cargarse a las ganancias del negocio y medirse por escala fija la compensación del empleado? mi juicio la mayor parte de nosotros aceptaría que, propiamente hablando, no 236 237 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.