más reciente e inmediato, es su sentido de propiedad.
Conozco una personita cuya primera expresión del propio yo, fué la palabra «mío. Mio quiere esto. Mío quiere guantes. La concepción del yo habíase producido no sólo en relación con las cosas sino con la propiedad de las cosas.
Conocí a otra criatura algo mayor, lo bastante crecida para dirigirse alegremente al kindergarten. Cierto día le dijeron que llevase su almuerzo y que todos tendrían un picnic en la arboleda. Probablemente se le insinuó en forma definida lo que era necesario llevar, porque cuidó minuciosamente de que el almuerzo contuviera ciertas cosas y en determinada cantidad.
Con su alegría habitual se alejó en la mañana. Regresó inesperadamente temprano, la fisonomía nublada.
No se mostró al principio muy comunicativa, pero al fin rompió a decir. Tomaron mi comida, la pusieron con todo lo demás y no me dieron nada de lo que era mío. Cuando se le explicó que era para la escuela y que debía conformarse con que engrosara las provisiones comunes, exclamó. Pero no me lo pidieron. No se oponía a ser generosa, pero exigía que se le proporcionara la oportunidad de serlo.
No hace mucho un amigo, que se había echado sobre los hombros la responsab:lidad de dos familias, hallóse en conflicto acerca del modo cómo armonizar las relaciones de ambas. Viudo con varios hijos, habíase casado con una señora que tenía dos más. Declaró que siempre había encontrado a sus hijos generosos y bastante liberales hasta que los dos pequeños extranjeros vinieron a formar parte de la familia; trató de que procedieran con ellos generosamente, pero toda suerte de bajezas se le oponían. Al pedirle detalles, descubrí que había implantado la división entre varias cosas infantiles. Le pregunté si en realidad no había estado violentando el sentido de justicia de sus propios hijos, arrebatándoles lo que se habían habituado a considerar como suyo y dándoselo a extraños. Una llamada a sentimientos de generosidad no era del caso. Si sus hijos se sentían seguros de su posesión y su dominio era reconocido, se conducirían liberalmente con los otros.
Ellos se consideraban con título legítimo contra los intrusos. Dar a estos últimos una parte, sin compensación para aquéllos, que estaban convencidos de su derecho, tenía que provocar disputas y desagrado. No podía esperar generosidad impuesta por la fuerza, ni paz permanente hasta que ambos partidos aceptasen el resultado como justo. Tal acción armonizaría razonablemente las expectativas de ambos. Sobre todo, no era posible esperar liberalidad tratándose de un derecho disputado. así, según mis insinuaciones, por algunos años ha conseguido arreglar una situación ditícil, demostrando una vez más que la justicia es la base de la paz.
El primer libro de mi propiedad fué El libro segundo de Sanders. Mi madre habíame enseñado a leerlo al guna vez y por medios que mi memoria no conserva.
La pequeña escuela campestre a que fui enviado no graduaba a sus alumnos por la edad, ni el tamaño, ni por el número de años de asistencia. La dama que dirigía la escuela sometió a prueba mis conocimientos y dijo que necesitaba un libro segundo. No habia ninguno en casa, porque ella insistía en que el único que podía servir era la Nueva serie de Sanders. Recuerdo que corri hasta el pátio interior de la casa adonde mi 234 235 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.