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como siempre en metafísica, la cuestión es de palabras. Cuando se dice que un órgano está construído de manera que pueda «servir al todo. expresamos simplemente con una forma indirecta el hecho de que una especie no es viable o durable sino cuando está provista de mecanismos que aseguran automáticamente su conservación y su reproducción. Un animal de sangre caliente que naciera sin sistema circulatorio no podría evidentemente sobrevivir, y por esto no se le puede encontrar jamás en la naturaleza. El misterio de la adaptación es aparente. El número de organismos que nosotros observamos es infinitamente pequeño frente al número de seres que pueden nacer en la naturaleza y que probablemente nacen cada día, pero que desaparecen casi siempre antes de que podamos conocerlos, porque su organización es incompatible con la vida. Las desarmonías y los bosquejos pifiados son la regla en la naturaleza; los sistemas armónicamente constituídos o formas viables son la excepción.
Pero como habitualmente sólo tomamos en cuenta esta excepción, nos queda la impresión errónea de que la «adaptación de las partes» al «plan del conjunto» es un fenómeno general en la naturaleza animada.
Si conociéramos la estructura y los movimientos de los átomos, descubriríamos ahí también probablemente un mundo de armonías maravillosas y de adaptaciones aparentes de las partes al todo. Pero no tardaríamos mucho en comprender que los elementos químicos no constituyen sino un pequeñísimo número de grupos estables, al lado del inmenso número de combinaciones posibles, pero inestables. Por qué no hemos de considerar como resultantes de las mismas fuerzas las agru188 paciones químicas estables y los sistemas viables de la naturaleza animada?
Algunas palabras de un brillante artículo de AlFREDO Croiset, del Instituto de Francia (v. Revue Bleue, Nº. 21, año 50. Está de moda entre ciertas gentes, lo sabemos, el hablar mal de la ciencia: se declara que ha quebrado, que no alcanza la realidad en sí; se ridiculizan sus minucias y lentitudes; se pregonan otros medios de llegar a la verdad total. Lo sabemos, y reconocemos como todos que la ciencia humana tiene sus límites.
Pero no se trata por el momento de discutir las teorías metafísicas a la moda. La cuestión es más simple y más concreta y más propia también de solución positiva. No se trata de saber si la intuición vale más que la razón propiamente dicha, o el pragmatismo más que el intelectualismo, para penetrar el misterio del ser. Dejemos de lado provisionalmente este supremo misterio. Preguntémonos simplemente ¿qué vale más, para comprender lo que es inteligible en las cosas, fiarse a una impresión rápida, forzosamente parcial, o estudiarlas con escrúpulo y conciencia, en su realidad compleja y sin cesar cambiante? si se admite que esta conciencia es recomendable, que una afirmación verificada vale más que una afirmación sin prueba, haremos notar además esto: que las exigencias del espíritu, en cuanto a pruebas, aumentan conforme los conocimientos se hacen más exactos y más extensos.
Un problema resuelto hace surgir otros; un error reconocido con evidencia, obliga a mayor crítica, y el poco más o menos se hace cada vez más intolerable.
189 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.