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de desierto en comunión misteriosa con las entidades invisibles, con el Padre, fueron acaso sus mejores días. La soledad y la compañía de los niños debieron complacerle tanto como asqueaba su espíritu la promiscuidad de los necios o la pedantería de los doctores!
No cabe ciertamente despreciar a nadie, porque todo hombre ha de llegar donde han llegado los más altos y en toda alma hay el germen maravilloso de un Dios. Pero mientras un ser está en el antipático período de ninfa, mientras su inteligencia puede apenas calificarse de ganglionar, mientras atraviesa por los senderos medios, bien está darle la mano para que no caiga, mas una vez que hemos hecho esto caritativamente, dejarlo en paz y seguir nuestro camino.
El aislamiento que nos sustrae a todos los vulgares rozamientos de la vida, es casi una virtud, es la tendencia natural del alma selecta, sobre todo porque en la soledad se dejan oír muchas admirables voces interiores y porque la naturaleza se muestra con aspectos inusitados. Pero tal aislamiento no es el olimpismo; no lleva aparejada la soberbia; no significa desdén; no se adora en el espejo de su propia excelencia; y cuando la sociedad, cuando la especie, requieren palabras cordiales, esfuerzos coordinados; cuando hacen un llamamiento al hombre representativo de cuyas luces y autoridad han menester, éste se apresura a salir de su morada solitaria; abandona su desierto lleno de suaves cuchicheos y de silenciosa compañía invisible, y dice aquello que es fuerza decir, y ayuda amorosamente a la labor común. este es el reconfortable espectáculo a que la guerra actual nos ha acostumbrado.
Ningún hombre superior de Europa ha negado su concurso a su país, y por eso hemos visto y vemos a un Verhaeren, a un Bergson, a un Boutroux, a un Maeterlinck, viajar en propaganda y conquistar para sus patrias los sufragios de la humanidad.
Viajes apostólicos son éstos y sólo deben merecer nuestra admiración.
Ciertamente, con un gran suspiro de alivio han de volver el filósofo y el poeta a la intima paz de su estudio, entre los árboles.
No hay labor más dura que la de salir de sí mismo para hablar a la multitud sonoramente, para decirla esas frases hechas que en determinados momentos son, sin embargo, necesarias.
Pero un alto deber exige tan dolorosa prueba, y quizás la más noble porción de la obra de los grandes espíritus será aquella que, aunque menos alta que las otras, fué, sin embargo, tónico, vino de entusiasmo, espolazo de estímulo para la masa, y fortificó el modesto ideal de los pueblos en los momentos más angustiosos de su historia.
AMADO NERVO De Revista de Revistas, México.
Hace cuarenta años Castelar predijo el inmenso mal que el militarismo causaría en Alemania. El gran orador decía que con el sistema prusiano la patria de Kant ya no sería lo que fué en otro tiempo, la Sibila inmortal de las ideas.
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