un solo mundo que lo comprende todo, un solo Dios que está en todas partes, una sola materia elemental, una sola ley que es la razón común de todos los seres inteligentes, y una sola verdad, lo mismo que no hay más que un solo estado de perfección para las criaturas del mismo género y para les seres que participan de la misma razón. Ningún dolor le es indiferente, ninguna angustia puede serle extraña al hombre superior.
Su corazón late al compás de todos los corazo«¿Qué se me da a mí. o repetían aquella egoista frase del París de otros tiempos. Pourvu que ça ne retarde pas heure de ma soupe. el desastre financiero ha ido a herirlespor do más pecado habían, restándoles ganancias seguras, dividendos firmes, y a veces sumiéndolos en la miseria.
No nos dejemos tentar por el demonio de la «separatividad. La pluralidad es acaso la más espesa de las ilusiones de la tierra. Una misma alma nos anima. Un mismo espíritu «gime en nosotros. No ensordezcamos a su angustia.
Todo dolor es nuestro dolor, y el hombre que merezca de veras serlo ha de llevar como Atlas el mundo a cuestas.
nes. mayor alteza, mayor solidaridad, mayor compenetración, hasta que llegamos al sabio, al filósofo de que habla Schopenhauer, que, torturado por los dolores ajenos, siente que la compasión lo mata y le parece que lleva encima la angustia del mundo.
Más allá de este sabio, de este filósofo, Cristo Jesús, empapado en sangre, muere de tal manera compenetrado con el dolor universal, que toda angustia es su angustia, y sólo porque es inmenso, su corazón no estalla.
No; el olimpismo, amigos míos, es sólo una forma y de las más tristes de la vanidad.
La vida, por lo demás, castiga cruelmente al que pretende vivir aislado de las humanas penas, al que se impermeabiliza de egoísmo.
Al egoísta el mal del mundo va a buscarle a su rincón escondido.
No podemos sustraernos a esta comunión de las almas.
Ya lo veis, a quienes ante la guerra decían: Pero no se entienda por esto que un imprescindible deber de solidaridad nos obligue a la sociedad de los mediocres y de los tontos. Ah. no por cierto!
Nuestras relaciones con los mediocres y los tontos, cuyo número es infinito, según Salomón, deben reducirse a hacerles el bien y a soportarlos con paciencia. cuando la vida nos obligue a ello.
Al mismo Cristo lo fastidiaba e irritaba la tontería de sus discípulos y de los que lo rodeaban, incapaces de comprender el sentido divino de sus palabras, pidiendo a cada paso milagros, intrigando para estar en el reino de los cielos en sillas «más altas» que los otros. Su alma inmensa se complacía por eso en la soledad, y sus cuarenta días 92 93 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.