riores de la discusión, de la controversia apasionada.
Querríamos contemplarle siempre en la diamantina serenidad de su cumbre, en una actitud goethiana.
Querríamos que estuviese más allá del bien y del mal.
Esta actitud, a primera vista, tiene por fuerza que enamorarnos a los poetas.
Yo mismo, al principio de la gran pugna, escribía (y Romain Rolland me pidió permiso para traducir estos versos en su revista Demain porque le le parecieron «au dessus de la melée. en la cima de ecuanimidad suprema en que teóricamente deben estar los hombres de pensamiento y de ensueño. escribía, digo, lo siguiente. Poeta, tù no cantes la guerra, tú no rindas ese tributo rojo al Moloch. sé inactual!
sé inactual y lejano como un dios de otros tiempos, como la luz de un astro que a través de los siglos llega a la humanidad.
Huye de la marea de sangre, hacia otras playas donde se quiebren limpidas las olas de cristal; donde el amor fecundo, bajo de los olivos, hinche con su faena los regazos y colme las ánforas gemelas y tibias de los pechos con su néctar vital.
Ya cuando la locura de los hombres se extinga, ya cuando las coronas se quiebren, al compás del orfeón coloso que cante marsellesas; ya cuando de las ruinas resurja el Ideal, poeta, tú de nuevo, la lira entre tus manos ágiles y nerviosas y puras, cogerás, y la nitida estrofa, la estrofa de luz y oro, de las robustas cuerdas otra vez surgira; la estrofa llena de óptimos estímulos, la estrofa alegre, que murmure: Trabajo, Amor y Paz!
Pero, meditando más, adentrándonos más en la lógica de las cosas, mirando también al «sentimiento. que es la zona en que deben moverse las almas selectas, advertimos que el «olimpismo» es un gran pecado en aquellos que por su alteza, por su prestigio tienen obligación de hablar, de obrar; en aquellos de quienes la patria o la humanidad esperan una «actitud» qne acaso sea después derrotero, regla de conducta para los otros.
En todos los conflictos, en todas las luchas, en todas las perplejidades interiores, muchos hombres delicados se preguntan. Qué pensará de esto Fulano. Qué resolución tomaría en mi caso. Aplaudiría lo que voy a hacer?
Gusta a innumerables almas suponer, dado su conocimiento de otras almas elevadas a las que admiran, que en determinado momento contarían con su alta aprobación.
Se ha dicho que la posteridad no es sino una superposición de minorías.
Para muchos espíritus, la opinión no es más que el parecer de unos cuantos hombres elevados, a quienes estiman. El sentir de los otros no les importa.
Aun cuando la reprobación de las masas caiga sobre sus actos, siéntense confortados si uno o dos amigos excelsos aprueban su conducta.
Ciertamente a ninguno le importaría un ardite la unánime condenación social si supiese que Sócrates o Platón aprobaba su proceder.
Para determinados seres que viven en perfecta comunión con su «yo» superior, la límpida voz de éste basta a guiarles, a premiarles, a aplaudir sus es89 88 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.