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tamos escritores, artistas que desdeñáis en vuestro afán novedoso, y creemos entonces (dejadnos esta ilusión) que son los mejores. Lo que separáis aquí, nos complace unirlo allá, como si quisiéramos presentaros.
un cuadro más completo de vuestro esfuerzo y un eclecticismo que os hace sonreir. Amamos a la vez a Anatole France y a Paul Claudel, Maurice Barrès y Octave Mirbeau, Rodin y Falguière; la elocuencia de Jaurès, que nos parece un poco nuestra por la abundancia y la sonoridad, y la concisión fría y enérgica de Waldeck Rousseau. Por nuestras admiraciones y nuestros odios, por nuestras tradiciones y nuestro ideal, somos resueltamente francófilos, somos, señores, ochenta millones de hombres que creemos que si Francia fuere reducida, mutilada, el mundo perdería su dignidad y un crepúsculo definitivo caería sobre la civilización.
No hay, señores, sino una civilización hecha del aporte de todos los pueblos privilegiados, de todos los siglos nobles. Es la caridad de San Pablo y de Pascal, el pensamiento de los estoicos y Descartes, el himno a la libertad de vuestras grandes revoluciones; vuestro clasicismo que somete la anarquía de los sentimientos al orden supremo del espíritu; el idealismo de Schiller y de Beethoven; la pasión italiana de la belleza; es la risa de Luciano y de Voltaire, el orden flexible de democracia sajona, la Ciudad del Mundo de Marco Aurelio y la Sociedad de las Naciones de mañana.
Vosotros sois los defensores de esta civilización que rechaza el instinto hasta el oscuro dominio de las potencias inferiores, que establece la supremacía de la.
84 razón, este icono que vosotros habéis siempre llevado a través de los continentes en vuestras peregrinaciones apasionadas, y que quiere crear un poco más de justicia y de bondad sobre la tierra en actividad. Extendéis los beneficios con una fe incansable a todas las naciones, porque tenéis, señores, el genio y el privilegio de la universalidad. De pie entre el pasado que se desmorona y el porvenir que preparáis, sobre el tumulto de los hombres y de los dioses, trabajáis por todos los pueblos, por la plenitud de los tiempos futuros. Vuestras luchas, vuestras revoluciones, no pueden jamás encerrarse dentro de vuestros recintos ilustres. Cada una de vuestras palabras, decía Maistre, es una conjuración. Se canta la Marsellesa en Pekin, en Santo Domingo, en Constantinopla, cuando los turcos buscan una nueva vía; en Bohemia, cuando se organiza una patria; por doquiera vuestras exhortaciones, tan pronto evangélicas, tan pronto proféticas, fortifican las voluntades nacionales y suscitan renacimientos.
Este dominio del espíritu lo debéis sin duda a vuestra clara lengua, a vuestro espíritu lúcido, a vuestro justo sentido de la medida y de la armonía, a esta unión que ningún pueblo ha realizado antes que vosotros, de la ironia y del entusiasmo, de la duda y del valor, del desprecio de la muerte y del gusto refinado de la vida. Pero asimismo lo debéis (permitidme citar una frase de Renan) a que hacéis cosas desinteresadas para el resto del mundo. Ninguna angustia del hombre os es extraña. Amáis a los pueblos que sufren, y les lleváis la esperanza, el ideal de vuestra fuerza generosa. Estáis como en vuestro hogar en 85 Direccion BIBLIOTECA RICHACISKAL Serttal de Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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