desde entonces el deseo y se afirmó la voluntad de resistir a las violaciones del Derecho de que ya ens aquellos momentos se hacía Alemania evidentemente culpable, y se apresuró a regresar a su patria para proteger a sus compatriotas y sostenerlos en sus penas.
Regresó. En su camino halló el espectáculo desolador de las ruinas acumuladas por el invasor; de todas partes llegaban hasta el los lamentos de las viudas, de los huérfanos, que le indicaban las tumbas de las víctimas inocentes. Vió Lovaina la ciudad amada de su corazón en cenizas. Vió la Universidad destruída y la Biblioteca reducida a escombros.
Entonces, con la pura y tranquila serenidad del apóstol, echa en cara al invasor la serie de sus crimenes, al invasor que. confiado en la fuerza y olvidando la fe de los tratados, osó amenazar nuestra independencia. En su pastoral de Navidad tuvo el valor de decir de qué lado se encontraba el Derecho, y condenó en una fórmula los acontecimientos. Bélgica había hecho la promesa de honor de defender su independencia. Cumplió su palabra. Las otras potencias se habían comprometido a respetar y a proteger la neutralidad belga. Alemania violó su juramento; Inglaterra permaneció fiel. Considerando como una obligación de su cargo pastoral definir el deber de la conciencia del pueblo belga frente a la potencia que había invadido su país y que momentáneamente ocupaba la mayor parte de él, declaró. Este poder no es una autoridad legitima, y en consecuencia, en lo íntimo de vuestra alma no le debéis ni estimación; ni apego, ni obediencia. El único poder legítimo en Bélgica es el que pertenece a nuestro Rey, a su Gobierno y a los repre68 sentantes de la nación. Sólo él representa para nosotros la autoridad. Sólo él tiene derecho al afecto de nuestros corazones y a nuestra sumisión. Valerosas y nobles palabras, tanto más valerosas cuanto que fueron pronunciadas frente al enemigo.
Provocaron, naturalmente, una violenta irritación en los alemanes, que se tradujo en medidas vejatorias y casi en el aprisionamiento del Cardenal. Pero Alemania se vió obligada a abandonar esta táctica de brutalidad a causa de su carácter impolítico, frente a la autoridad de la Iglesia, a la que tenía que respetar.
El Cardenal Mercier continuó serenamente en la ardua tarea que se había impuesto. Su voz apostólica aconsejó la oración como consuelo a los fieles heridos en sus más íntimos afectos, al mismo tiempo que su voz de patriota les predicaba la paciencia. Dirigió un llamamiento a los Obispos de Alemania que naturalmente no fué escuchado para establecer un tribunal colectivo encargado de examinar por medio de una seria y leal investigación la inconsistencia de las acusaciones imputadas a los belgas. Ningún atentado del invasor ocurrió sin que el Cardenal se esforzara en protestar, señalándolo a la conciencia universal.
Recordemos, entre otras, sus protestas contra las deportaciones de los civiles belgas a las fábricas alenianas. Los hechos son conocidos: muchos centenares de miles de nuestros compatriotas han sido, contra todas las prescripciones del Derecho de Gentes, reducidos a la esclavitud del otro lado del Rhin. El mundo enteSolicítese EOS RENOVACIÓN donde nuesitro agente Nautilio Acosta, San Ramón.
69 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.