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Reemplazando el individuo por el grupo, declaraba caducas las nociones de derecho, que son la salvaguardia de los débiles; desligándose de todos los compromisos con las otras naciones, conceptuadas inferiores a causa de su sentimentalismo y ordo rerum, pretendía implantar así para su provecho exclusivo el novus ordo rerum.
Ingrata para con todos los que la habían precedido en la vía de los descubrimientos, absolvía anticipadamente todos los crímenes cometidos en su nombre y destinados a establecer, cueste lo que cueste, su supremacía. Así renunciaba a todo ideal verdaderamente humano y desinteresado. Sus profesores, sus sabios, sus intelectuales habían trazado minuciosamente la vía por la cual un día u otro se lanzarían sus ejércitos, y los alemanes, con el auxilio de una prosperidad material sin ejemplo, habían terminado por hacer creer al universo que ellos solos poseían las fórmulas del porvenir, que la Francia decadente desde 1870 había abaicado en sus manos, y que Inglaterra misma empezaba a rodar por la pendiente que lleva a los abismos.
Enriquecidos audaces, esos alemanes que pretendían tener el monopolio de la documentación precisa y del realismo científico, se manifestaban cerrados para la comprensión concienzuda de las energías secretas que conducen una civilización verdadera hacia fines generosos. Filólogos de antiparras, permanecían ciegos ante el misterio de las palabras que son «la matriz de los dioses» y que son la carne misma de las ideas directoras de la humanidad. Al mismo tiempo que esa nación encontraba la resistencia de los belgas de Lieja y de los franceses del Marne, la marcha triunfal de sus ciudadanos chocaba con las palabras hadas: las palabras sagradas, las palabras tabou, de honor, de respeto de los tratados, de derecho de los pueblos. Su cínica teoría de «la necesidad hace la ley» y de «pedazos de papel» destruía de un solo golpe la confianza, ha podido decir el gran Verhaeren. esas palabras galvani zaron en contra suya todas las partes de la humanidad que ellos juzgaban atrasadas porque parecían resueltas a no aceptar el rol humillante de «abejas cereras»
o recogedoras de polen de la gran colmena pangermanista.
La formidable labor de la Alemania contemporánea, sus métodos técnicos, habían conquistado a esta nación amplia estimación y muchos se negaban a creerla esencialmente agresiva; ella podía así denigrar a Francia, impunemente. La violación de la neutralidad belga mostró bruscamente el abismo en que podía caer la civilización. En los gobiernos que no eran cómplices, hubo un estremecimiento de espanto. El estremecimiento se propagó y, en tanto que los intelectuales alemanes afirmaban su solidaridad absoluta con el militarismo prusiano, el pensamiento de las otras naciones se recogía ansioso e indignado. Hay que reconocer a Bélgica el mérito de haber salvado a Francia y la Civilización, no solamente por el heroísmo sin igual que desplegó, sino también porque permitió al mundo entero ver de qué lado se encontraban los verdaderos culpables y transparentar los designios germánicos.
En ninguna parte como en la América Latina, de Buenos Aires a Santiago de Chile, de Río Janeiro a 24 25 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.