por sentado que son símbolos de la controversia, hay un abismo, ante cuyos bordes la pasión debe detenerse respetuosa.
Esos nombres son glorias, son honor de la patria; e insultarlos es insultar a la patria misma en la persona de sus hijos eminentes, y dar que hay colectividades que piensan que la Nación puede ser regida por manos indignas, suposición que nosotros no nos atrevemos a hacer.
Todo sería, pues, plácemes para el civismo en la lucha electoral en que estamos comprometidos, si pudiésemos decir que ninguno de los candidatos ha sido objeto de ofensas y agravios de parte de sus adversarios; y ello con tanto mayor motivo cuanto en los precedentes de su inmaculada vida podrá una crítica severísima encontrar, si se quiere, razones para la censura de alguno o algunos de sus actos como políticos o administradores, pero nunca, en ningún caso, algo que desdiga de su honorabilidad personal ni de sus aptitudes y competencia para ocupar la cumbre a que cada colectivdad ha querido llamarles.
No ha sido así, por desgracia. Contra el señor Suárez, especialmente, la difamación ha agotado su vocabulario y el escarnio sus procedimientos. Siendo imposible imputarle faltas, siquiera leves, se prejuzgan desfavorablemente sus intenciones de gobernante, y sobre tan falsa base se levantan argumentaciones contra su nombre; como si sesenta años de una vida pura, de servicios invaluables al país, de resistencia triunfante, cual la de ningún otro colombiano, a las más seductoras tentaciones, no fuesen más que suficiente garantía de la rectitud de sus procedimientos, precisamente en las horas solemnes de la existencia en que los hombres se preparan a dejar inscrito, en forma definitiva, su nombre ante la posteridad. Al respetabilísimo doctor Lombana Barreneche parece estarle tocando el turno, sin que sea parte a librarle de los dolores morales que producen las agresiones inmerecidas, la satisfacción intima, que deberá poseerlo, de haber salvado o aliviado de los dolores físicos a muchos de sus semejantes.
No se compadecen, no ya con la civilización, sino con la simple caridad cristiana y aun con el buen sentido, esas manifestaciones, amargo y desolador contraste entre la razón y el patriotismo, que convidan a honrar y enaltecer la inteligencia y la virtud, y el odio que intenta deprimirlas y hacerlas desconocer.
Contradicción manifiesta la de tributar un mismo culto a las delicadas bellezas de la forma poética y a las explosiones brutales de la pasión rencorosa, y mayor impropiedad, por no decir mayor extravagancia, la de mostrarles al país y a una colectividad que nunca ha temblado «ante los vanos ídolos del miedo. el puño de una espada cuya hoja ha de blandirse sobre las espaldas de quienes no apoyen la candidatura del señor Valencia, a quien, seguramente, y atendidas la elevación de sus sentimientos y su gran cultura, más se le perjudica que se le sirve con tan extraña colaboración.
Sin tales desgraciados incidentes, la lucha eleccionaria de los presentes días hubiera podido dejar escrita, dado el valor auténtico de los nombres que flamean en las banderas, una de las páginas más hermosas en la historia política de Colombia.
Siendo, como decíamos al principio, exponente de 383 382 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.