Democracy

la guerra. La dirección de los pueblos les estaba encomendada a los hombres promediales, a quienes de derecho les corresponde esa delicada misión en las burocracias. La paz había producido lentamente una nivelación de las inteligencias en la esfera de los gobiernos. Al paso que en los negocios y en la industria el hombre superior apuntaba de cuando en cuando y ponía sus energías y su talento al servicio de grandes combinaciones, desastrosas a veces, pero útiles a la postre, por cuanto azotaban los nervios de la multitud y sacudían el marasmo predominante, en las altas regiones de la política, en régimen de mera burocracia en que habían venido a cristalizarse los principios democráticos, se miraba con no encubierta desconfianza a los grandes espíritus innovadores.
Los cuales, por su parte, no se particularizaban por el deseo de participar en las labores del gobierno.
La democracia no usa de ternura desmedida con los grandes hombres: ha acabado por mirarlos con desconfianza, y en ello da señales de poseer un desvelado instinto de conservación. El grande hombre es la excepción, y la democracia se funda en el predominio de las reglas generales: el grande hombre es minoría solitaria, muy a menudo rebelde, y la democracia es el régimen en que las mayorías gobiernan con razón o sin ella. El grande hombre había desaparecido, por lo tanto, de las democracias europeas, y las autocracias, a su turno, se esforzaban en poner la aureola de los héroes y de los conductores de la multitud sobre la cabeza de sus déspotas. No es, pues, difícil comprender que Europa hubiese vivido durante veinte años sin permitirse el lujo de pagar 364 un grande estadista. Es un lujo, en verdad. Para Nietzsche, un pueblo o una raza es la disipación que la naturaleza hace de sus propias fuerzas para producir cinco grandes hombres o seis. Los mortales del tipo ordinario, el hombre promedial, no son otra cosa que el aserrín procedente de esa fábrica enorme e ingeniosa donde se elaboran los entes de excepción, cuyas figuras están encargadas de simbolizar la humanidad en su curso atropellado al través de siglos.
La guerra, que en la destrucción de elemento humano avanza con tan asombrosa rapidez, parece que debiera precipitar el advenimiento de los grandes hombres. El espectador bienaventurado que pudiera contemplar desde lo alto y desapasionadamente la enorme cantidad de residuos que se escapa hora por hora de esos talleres de la muerte, en donde, según Nietzsche, se elabora el genio, presumiría sin duda que en tiempos tales como éstos había de aparecer repentinamente el hombre superior. El temerario aforismo del filósofo in misericorde coincide en este punto con la creencia y la expectativa populares. Desde que empezó la guerra el pueblo espera en Europa, con los ojos puestos en un horizonte de fulgores siniestros, que asome la estela luminosa del conductor de multitudes. Su ansiedad es tan viva que, más de una vez, el deseo ha estado a punto de engendrar el milagro. Pasada la batalla del Marne, la superstición popular no pudo explicarse la salvación de Paris, como no fuera haciendo intervenir al genio. Alrededor de un soldado conocedor de su oficio, leal hasta olvidarse de sí mismo, concienzudo y razonador como un 365 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.