ditación. La pereza mental paraliza las fuerzas cerebrales y hace estériles los conocimientos adquiridos.
En vez de pensar, se repite; en vez de construir, se copia. Por esto los hombres tan a menudo se estacionan o cambian de norte como veletas al soplar de un nuevo viento. Jamás surge en ellos una iniciativa; jamás son movidos por un anhelo interior. Las ideas no se infiltran en los cerebros, no se traducen en sustancia propia; apenas se miran en ellos, y desaparecen luego, sin dejar un rastro, sin dejar un recuerdo. si acaso algunas logran grabarse en la memoria, quedan allí, no como cosa propia, sino como bloques incrustados a manera de mosaico. Aquellos hombres seguirán siendo esclavos, creyéndose libres. No pensaron de por sí: les encargaron a otros la misión de hacerlo. Se dejaron alucinar por el esplendor de una frase o por el de una personalidad, doblaron la cabeza, y siguieron mansamente como siguen los rebaños, tras de una sombra, sin conocer su oculta realidad, ni saber hacia dónde los llevaba.
Este estado de cosas, esta falta de hombres que estudien y que piensen, llama a una urgente reforma. hemos de realizarla, o habremos de someternos a no ver sino de lejos la civilización.
La reforma de que hablamos es una reforma cultural, que ha de comenzar forzosamente por la escuela de primeras letras. Allí la materia prima es dúctil.
Allí es donde la curiosidad alma de los aprendizajes espontáneos, viva y virgen todavía, toma su primer alimento, y gustando de él, se orienta hacia las cosas útiles y bellas, para decidir de una vocación o de un sano entusiasmo. Allí es donde la inteligencia puede y debe abrirse libremente como se abre una flor.
Han comprendido esto grandes cerebros contemporáneos, y se han puesto a estudiar al niño científicamente para conocerlo mejor, para mejor poder desarrollar su inteligencia.
Los niños fueron objeto de preocupaciones educativas desde tiempos antiguos. Existe un libro primoroso, traducido del griego y atribuído a Plutarco, cuyo único fin es servir de guía a los mentores de la infancia. Pero estudios de esta indole no fueron, no podían ser, basados sobre nada científico. Los antiguos no conocían nada de la actividad psíquica del niño; ignoraban las leyes de la memoria y de la atención; la naturaleza de la fatiga mental; apenas si estaban enterados de que las facultades se desenvuelven y se vigorizan por medio de la gimnasia del espíritu. Estos estudios sólo vinieron a comenzarse a mediados del siglo xix. Al decir esto, pasamos por alto las pocas investigaciones hechas a fines del siglo XVIII, que fueron escasamente conocidas, y tomamos como punto de partida el libro de Preyer, Die Seele des Kindes, escrito en 1881 y citado por todos los autores como la piedra fundamental de esta nueva ciencia. Este libro sobre El alma del niño. Preyer hizo sus observaciones sobre su propio hijo, anotando día por día su evolución mental y física. abre en realidad un nuevo mundo a los psicólogos. Por todos los países empieza entonces la fiebre de investigación.
Es preciso hacer notar que antes de escrita esta obra, Darwin había publicado en 1877, como apéndice a su Expresión de las emociones, el diario que 354 355 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.