La recepción de un nuevo Inmortal La ceremonia de la recepción de Alfredo Capus por Maurice Donnay, en la Academia Francesa, fué, por razón de las circunstancias, mucho más que un «acontecimiento parisiense. un acontecimiento histórico. Con una numerosa concurrencia como en los grandes días de recepciones académicas y por todo lo más selecto que en ciencias y letras tiene actualmente Francia, se verificó la ceremonia, que se vió más lucida todavía con la presencia de varios oficiales del ejército que están todavía convalescientes de las heridas que han recibido en los campos de batalla. El Mariscal Joffre fué calurosa y largamente aclamado, y cuando Sharp, Embajador de los Estados Unidos, le tendió la mano en un gran gesto espontáneo, los aplausos estallaron en una verdadera tempestad con la fuerza de una elocuencia muy precisa y significativa. Entre los académicos presentes a la ceremonia se contaba Raymond Poincaré, Presidente de la República, quien ocupaba su sitial entre sus colegas, sin ningún protocolo y con la digna simplicidad de un inmortal que venía expresamente para escuchar el elogio del gran geómetra y filósofo, Henri Poincaré, su primo hermano. Alfredo Capus pronunció dicho elogio sin dificultades y sin vana solemnidad. El tema era tan vasto y tan elevado que parecía inaccesible. Un genio como el de Henri Poincaré sobrepasa la admiración y escapa al análisis. Capus no quiso exponer en detalle las altas concepciones y los descubrimientos matemáticos de su ilustre predecesor. Para los profanos su discurso fué el de un guía para conocer algo de lo mucho que abarcó el espíritu filosófico de Henri Poincaré; discurso que no abundó en grandes frases ni en períodos de elogio adulatorio, sino que está lleno de rasgos encantadores y de esa sonrisa que tiene una fineza que no es propia sino de él. No quiso separar la guerra de la ciencia, supuesto que, desde que comenzó esta guerra que lleva tres años de lucha terrible, la ciencia ha sido acusada por su infernal poder» de destrucción y aniquilamiento «Qué injusticia. exclamó el orador. No, no. Esta guerra atroz no es hija de la ciencia. La guerra le ha robado sus secretos y se ha amparado con su nombre para cometer toda clase de crímenes. Ah, el ilustre sabio de quien me ocupo en estos momentos hubiera protestado enérgicamente por tales blasfemias. Con qué acento tan doloroso se hubiera expresado para. condenar a los que huellan los más bellos títulos de nobleza del género humano!
Este bello discurso, a la vez ligero y sustancial, de Alfredo Capus, fué no solamente gustado y aplaudido por su cultísimo auditorio, sino muy sinceramente admirado por todos los que tuvieron la fortuna de escucharlo. Maurice Donnay no estuvo menos feliz en la contestación que dió al discurso del recepcionario. Después de hacer en pocas palabras el elogio obligado de 342 343 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.