duce en una casa llevándose lo que encuentra después de matar a los dueños, y el bandido coronado que e la cabeza de cien mil esclavos adiestrados en la matanza y el saqueo se arroja sobre los habitantes de una pacífica provincia, pasa a cuchillo indistintamente mujeres, niños y ancianos y se apodera de las riquezas que aquellas poblaciones laboriosas habían acumulado durante siglos.
Pero, se dirá, el ejército enemigo sabe que va a encontrarse con otro igual y que tiene que jugarse heroicamente la vida. bien, el bandido individual va también a jugarse heroicamente la vida con aquellos a quienes va a asaltar y con la policía: busca las tinieblas de la noche y procura sorprender a sus víctimas para disminuir el peligro que corre. Pero también el bandido social, el jefe de cien mil, trata de sorprender a sus contrarios, y es para él grande honor atraerlos con una estratagema hacia la derecha para ir en tanto a destrozar su ala izquierda. Esos ardides tienen un nombre, eso se llama la táctica y es gran táctico el que sabe hacer caer a los adversarios en una trampa; y cuando ha aplastado hasta el último, la historia le teje coronas y la multitud imbécil le erige estatuas. Por ventura la multiplicidad de los bandoleros basta a absolver el crimen? No ¿verdad?
Pues bien, en frente de las estatuas de Alejandro, de César, de Carlomagno, de Napoleón. elevad, pues, si queréis ser consecuentes, las estatuas de Cartouche, de Lacenaire y de Pavoine.
No os riais, nos dais lástima.
Que se alce mañana un bandido y con un puñado de Célebres bandidos franceses.
hombres comience a saquear granjas, le ahorcaréis si lográis cogerle; pero que su banda aumente con el incentivo del robo, que derrote a la guardia civil y se apodere de una provincia, y entonces de rodillas le pondréis una corona en la cabeza. Cuán cierto es que en el fondo del hombre vive aún la bestia y que su comparación con sus hermanos inferiores no le. es siempre favorable! La historia de la humanidad está escrita con sangre; es un tejido de crímenes, de excesos, de matanzas, de ruinas amontonadas; el historiador escribe a la claridad de los incendios que arden aún al través de los siglos.
Una fuerza fatal, cuyo origen habrá de buscarse en la naturaleza misma del hombre, impulsa a éste a abandonar periódicamente los campos, los talleres, la familia, para ir a degollar a sus semejantes: diríase que la humanidad se fastidia de largos días de calma y de prosperidad; llega un momento en que la paz y la dicha le causan tedio, sus nervios necesitan una reacción fulminante, y no recobra su tranquilidad sino cuando ha empapado la tierra con torrentes de sangre.
Felices los que sueñan con la paz universal en un lejano porvenir: nosotros no creemos en ella. Mientras el hombre tenga hambre, mientras tenga intereses, apetitos y pasiones que satisfacer, luchará individualmente con su semejante en cualquier lugar de la tierra, y los mismos motivos que producirán esas perpetuas luchas individuales, engendrarán eternamente las luchas sociales.
El hambre y el amor, tales son los dos mayores fermentos de rivalidades individuales. Mas como son también los resortes de la vida, el mundo no conocerá ial 314 315 Direccio, BIBLIOTECA NACIONAL be Billioteca. Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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