Es así como el señor Presidente Meléndez se revela un político de primer orden. No sólo ve el presente: adivina el abismo en que su patria se precipitaría sin remedio si cayera en el error trascendental e imperdonable de autorizar emisiones de papel que, aun con la garantía hipotecaria de bienes saneados, se hundirían en la depreciación. Las prédicas hechas al respecto de tales emisiones y el temor de que en el porvenir pudiera cometerse este yerro fatal, han obligado a los capitalistas a inventar cláusulas leoninas en sus contratos de préstamos, porque el capital es gacela tímida que se asusta hasta de la sombra. Esos temores, injustificados en estos momentos, alientan la desconfianza para el porvenir, restringen el crédito; haciendo subir la tasa del interés, dificultan las transacciones y la circulación de las riquezas y hacen dormir en el fondo de las cajas de caudales, grandes capitales que debieran estar regando nuestra agricultura y nuestra industria.
se aparta, a este respecto, un ápice del sentir público; y es verdaderamente digno de admiración el fenómeno que estamos contemplando, de un gobernante perfectamente identificado con la opinión nacional. El pueblo conoce por experiencia y por instinto las leyes.
económicas.
El pueblo no ha estudiado Economía Política en los libros de Leroy Beaulieu ni en los de Schulze, ni conoce la historia de los asignados franceses. El pueblo estudia las leyes de la Economía en el mercado cuando compra su maiz, cuando compra el frijol que le sustenta y la tela de algodón que le cubre. Las estudia y las siente cuando observa que el dinero con que le pagan su jornal no basta para satisfacer sus necesidades, cuando ve que disminuye el poder adquisitivo de ese dinero; y, sin poder concretar en fórmulas sus ideas, tiene la conciencia clara y precisa de las causas produc toras de tales resultados.
El pueblo sabe, por instinto y por un vago sentimiento de la realidad, a donde lo conduciría el régimen del papel moneda, y, más práctico y más sensible que algunos intelectuales, rechaza instintivamente la idea de hacer uso, a guisa de moneda, de pedazos de papel de ningún valor intrínseco y de redención aplazada que fácilmente puede convertirse en eterna o, lo que es más fácil todavía, redimirse a cero. El pueblo sabe que es propio de los países débiles económicamente que el crédito bancario se ponga a disposición del Tesoro público. el Presidente Meléndez sabe aún mejor hasta qué grado se eleva la potencialidad económica de la República. Por eso dice con tanta elocuencia en su carta: 265 Qnizás sea ésta la parte más interesante, sabia y escrutadora del porvenir, de la carta del señor Presidente Meléndez. Encierra todo un programa de sana politica bancaria, y delinea un verdadero plan de gobierno de que muy difícilmente se sustraerán sus sucesores si se inspiran en un patriotismo de elevadas miras y fecundos propósitos.
En honor de la verdad hay que decir también que ha sido éste el punto en que con más relieve se ha manifestado la exquisita sensibilidad del instinto del pueblo salvadoreño. El señor Presidente Meléndez no 264 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.