REFLEXIONES SOBRE LA EDUCACIÓN DE LA MUJER La historia de los esfuerzos de la mujer para emanciparse de la tutela de los hombres y conquistar su autonomía, tiene mucha semejanza con la de las clases llamadas inferiores para alcanzar una posición superior en la escala social.
Desde que fué imposible impedir el examen; desde que fué descubierta la imprenta y que ya no se pudo aherrojar la expresión del pensamiento, los más inteligentes entre los oprimidos, cansados de ser parias, se han esforzado por convertirse en amos a su vez, y cuando no lo han podido conseguir solos, han arrastrado en el movimiento a otros compañeros de sufrimiento. Ya lo hemos dicho: en nuestra sociedad, desgraciadamente, no hay más que dos alternativas: o explotado, o explotador.
La mujer ha examinado más tarde que los hombres, la Fe, en cuyo nombre se le había regido.
Por sus ocupaciones, más sedentarias y tranquilas, su espíritu, más desocupado, no tenía, por decir así, otros alimentos que las leyendas que le ofrecía la Iglesia. Estas leyendas eran como un girón azul de cielo, en el cual, como en un oasis, se saciaba su imaginación y se fortificaba su misticismo. Más que el hombre, tenía ella tiempo de soñar en cosas que no comprendía, y no poseyendo clave alguna para llegar a comprender fácilmente, se inclinaba a aceptar el mito, el misterio, que la compensaban de una vida tan poco amable, al lado de un compañero casi siempre rudo. Sus pasiones sexuales, no satisfechas, o satisfechas brutalmente, se convertían para ella en energías latentes, que el sacerdote, el hombre instruído, el hombre que podía hablar de sentimientos, el hombre que era un poco el representante del misterio, lograba fácilmente dirigir donde él quisiera.
Hoy todavía, en pleno siglo veinte, cuando se agita la cuestión del sufragio de las mujeres, los partidos que no lo quieren son precisamente aquellos más avanzados y liberales: el sufragio de las mujeres daría en el escrutinio resultados francamente reaccionarios, porque la mayoría de ellas están todavía bajo la influencia de las iglesias y de los sacerdotes. Por otra parte, cada vez que en XX las elecciones legislativas llevan a los católicos al poder, se observa que su triunfo es debido particularmente a los votos de ciertos rincones del país, habitados por trabajadores muy pobres e ignorantes. Yo presento la analogía: sacad las consecuencias.
La Iglesia, que se había dado por misión mantener el orden, ha comprendido siempre que era necesario tomar a la mujer como colaboradora; para esto, le dió la poesía que faltaba a su vida y que encantó sus horas de ocio y de vaga inquietud; pero para ello también ha ejercido presión sobre su inteligencia.
En el siglo xiii, Felipe de Novara, en su Tratado de las cuatro edades de la vida, hablando de la educación de las niñas, dice. Deben aprender sobre todo a obedecer a sus padres cuando son jóvenes, a su señor cuando casadas, a sus superiores si son religiosas. Deben aprender a hilar, a coser; es inútil que sepan leer o escribir, porque eso no haría más que perjudicarlas.
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