¿Cómo no respetar, cómo no amar a los hombres virtuosos que hacen de su vida un sacrificio, de sus palabras y de sus acciones un apostolado. Cómo no caer de rodillas ante un Monseñor Bienvenido, si se trata de figuras de imaginación; cómo no inclinarse ante la bondad del Padre Almansa, si se trata de figuras de la realidad, de esta realidad que estamos viviendo perezosamente como si no fuera algo solicitador de esfuerzo y propicio para la exaltación. Lo inadmisible, lo que provoca a la lucha de todos los instantes, en un fecundo intento de renovación necesaria, la que justifica la indignación, pero no el odio, ya que el odio nada logra y lo pervierte todo, es el abuso de quienes aprovechan de las prerrogativas concedidas a su estado para realizar obras pequeñas, de sectarismo cruzado, que empiezan por romper todo lazo de fraternidad, por establecer divisiones arbitrarias, para mejor reinar, y no espiritualmente, sino de modo material, en forma despótica, a caza de honores, de riquezas, de imperativo dominio entre los hombres.
Esos sacerdotes simoniacos, que sirven a un partido torturando las conciencias de los miembros del otro; que capitanean elecciones e imponen tributos; que negocian con los sacramentos desde el momento en que no los administran sino a quienes acatan sus órdenes políticas, y empiezan por deshonrar a la Iglesia de la cual son servidores, esos sacerdotes son la higuera maldita y esos son aquellos cuyo predominio debemos procurar evitar cuantos queramos tener una pa180 tria sin cadenas, capaz de impulsar el adelanto y de desarrollar sus fuerzas por sí misma.
Contra ellos es la lucha. como la gran masa de los que a tan triste estado han llegado, viene, ávida de mando y llena de codicia, tras la bandera que en sus manos puras, pero trémulas, lleva el señor Suárez, la candidatura del ilustre republicano, a quien tampoco sabemos odiar, es indeseable.
Es claro que no podemos hablar, con respecto a su gobierno, sino de probabilidades. Pero así como no tuvo ánimo para rechazar el concurso peligroso de todos los clérigos, ayunos de misticismo y saturados de política, así tampoco lo tendrá para oponerse a las exigencias que le harán, como pago a sus esfuerzos, una vez que trasponga los dinteles de Palacio. Por eso es lógica nuestra campaña. Muy triste, a estas horas de la civilización, es el llegar al Hermano, de morir tenemos, que habríamos de repetirnos diariamente, como salutación mañanera, si no nos opusiéramos a los planes de quienes quieren hacer de la República un espacioso convento. II Puritánicamente, con las manos sobre el pecho, bajos los ojos y compungido el semblante, un defensor de la candidatura Suárez, que halla infundados nuestros temores sobre clericalismo, pregunta candorosamente. Qué mal le hace al país el que los párrocos prediquen el Evangelio y señalen a los fieles el criterio que deben seguir en las materias políticas que se rozan con el porvenir de las instituciones?
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