quedando siempre debajo, sin darse cuenta del rodaje de la organización política. Se las ha educado con la idea de que tales preocupaciones no son de su incumbencia, y siguen creyéndolo, aun cuando sean muy instruídas. Tengo entre mis amistades una joven inteligente, culta, de buen corazón; siente con bastante pena los sufrimientos derivados de un medio familiar caótico, y, como institutriz, juzga bien las contrariedades del medio social igualmente caótico en que vivimos todos; y sin embargo, no comprendía hace algunos años que se le quisiera hablar de las posibilidades de una guerra europea, a pesar de que tal tema era el tópico de las conversaciones con motivo del movimiento balkánico. Esos son problemas sin valor para las mujeres, decía, puesto que no tenemos ninguna intervención en ellos. Cuando la guerra venga, veremos cómo debemos conducirnos para cumplir nuestro deber. Yo también quiero buscar el medio de atenuar y corregir el mal que otros han hecho y al cual es posible que yo contribuyera con mi ignorancia; pero, si no puedo impedirlo, mi inteligencia reclama el derecho de examinar las causas que lo engendraron y de investigar la manera de impedirlo en el porvenir. El terreno de las mujeres es el hogar. Hé ahí otro de los lugares comunes que se oyen hasta la saciedad. Fijémonos en que ésta es hoy día, una hipócrita fórmula, pues la mayoría de las mujeres, quieran o no, están obligadas por las dificultades de la vida económica, a trabajar fuera de su casa. Pero aun soponiendo que pueda la mujer permanecer en su casa, consagrada únicamente a los quehaceres domésticos, deberá por ello desconocer la organización social. No penetra 170 ésta, entera, en el seno de cada familia. El hombre es el representante de la mujer en la sociedad. he aquí otra fórmula, que aun cuando fuera la más conforme para expresar las relaciones del hombre y de la mujer, no obliga a que ésta ignore los asuntos públicos. En una sociedad de régimen constitucional, el hombre tiene también sus comitentes; lo cual no le exime iqué va. de tener una idea exacta del papel que dichos comitentes tienen que cumplir, de los medios de que deben valerse para ello y del grado en que, dadas las circunstancias, cabe excusa si no los han cumplido. El hombre que se desentiende de los asuntos del país, falta a sus deberes y compromete sus derechos. Igual afirmación es aplicable a la mujer. Es tiempo de que despierte de su indiferencia, si no quiere que se la trate eternamente como a un niño. Niño, lo es. Pero quiere serlo siempre? Este es el punto Nadie se extrañará, conociendo la mentalidad de la mujer, de no verla sino raramente trabajar por una idea, y más raro todavía, vivir para ella. Esto es lo que constituye sin embargo la superioridad del hombre, lo que le da todo su valor como ser pensante. La mujer se separa menos del instinto. Cuáles son los fines que la animan? Allí donde el hombre pone corgullo y ambición. si ella pone algo, es «vanidad y sensualidad. Muy pocas dan a sus luchas un objeto impersonal, y entre las que lo hacen, la mayor parte no llegan al fin del camino que se trazaron; unas quedan vencidas por los obtáculos, y la fuerza que las atrae hacia un pasado convencional es más poderosa que la que las hace avanzar; otras dan la vuelta sencillamente, a la menor 171 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.