Violence

hábiles eufemismos y encantadores giros dialécticos.
El maestro de esta ciencia oculta, que se antoja más bien un arte escurridizo, es el buen chico Maquiavelo, que no hizo más que referir y explicar lo que en torno suyo sucedía. Tal autoridad ha llegado a tener y de tal suerte, se ha tomado a la letra su libro famoso, que no se considera político al hombre que no ha leído El Principe. El público, ese público que pide de los gobiernos sinceridad y franqueza, es el primero que acepta y hasta aplaude esa enseñanza. No habéis oído decir de un hombre que engaña a otro: qué gran político. Que es algo así desde el punto de vista de la ética como si de un estafador se dijera: qué gran financiero. después se quiere que la moral y la política se pongan de acuerdo! Así andamos.
Resulta, pues, que si la política es lo que es, es porque todos hemos convenido en que así sea; todos hemos preparado ese brevaje servido en copas de oro en los festines públicos. La inmoralidad en política está escudada en la sociedad que no tolera otras inmoralidades para las que se han expedido códigos. El politico está «más allá del mal y del bien» y sus actos no se miden con la medida que aplicamos a los actos del hombre no político. ya en esta vía, el público acepta sin alarma ni protesta conceptos que escandalizarían, de llevarse a otros campos, al confesor de mangas más anchas.
Vaya uno: en semanas pasadas se sostuvo la doctrina de que los intereses de un partido están por encima de los resultados de una elección. Es el famoso cuchillo de tres filos de que tanto se ha hablado. Pues ibien, ese es, precisamente, el criterio que sirvió para 162 crear la RAZÓN DE ESTADO, en cuyo nombre no sólo se cometieron sino que podían cometerse toda suerte de atentados. Intereses de partido. razón de Estado.
bien público. todo anda rondando por ahí; todo, en el fondo, tiende a justificar hechos y cosas que, a la luz de la moral y del derecho, son perfectamente injustificables.
La razón de Estado justifica a Maquiavelo y el maquiavelismo, como justifica los mayores atentados. en ese supuesto, el engaño, la mentira, la hipocresía son, sencillamente, PROCEDIMIENTOS MORALES, una vez que tienen por objeto evitar que se llegue al empleo de la violencia.
Principes, reyes, emperadores, ministros, diputados, tribunos del pueblo ha escrito un comentarista de la política casi todos se sirven de la palabra para disfrazar su pensamiento; hacen de la mentira un hábito, un principio de gobierno. Quien no sabe disimular, no sabe reinar. decía Luis XI. Se ve en la actualidad todavía a historiadores que enseñan a que se admire a Luis XI. Después de la crueldad, la hipocresía caracteriza a casi todos los emperadores romanos. Augusto disimuló el poder absoluto tras la apariencia de una república. Se sabe cuán hipócrita era Tiberio; decía siempre que hacía falta obedecer la ley. exercendas leges esse. Neron tenía por costumbre ocultar su odio bajo pérfidas caricias; cubría todos sus crímenes bajo el manto de la razón de Estado; para justificar el asesinato de Agripina, hizo que se la hicieran falsas acusaciones; cuando hizo matar a dos buenos ciudadanos, Plantus y Sylla, los acusó falsamente de espíritus sediciosos y escribió al 163 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.