. En esas delicadas negociaciones han mostrado los aliados su deseo, confirmado por los hechos, de reducir al mínimo posible la perturbación causada a los neutrales por las «medidas (según frase de la ya citada nota de la Cancillería francesa) respetuosas de las leyes de humanidad y de los derechos de los particulares, que han sido adoptadas por los gobiernos aliados de Francia y la Gran Bretaña, sin excederse de sus derechos estrictos. Comparad, señores, la actitud de los aliados en la guerra naval con la del gobierno alemán, que amenaza a todos los neutrales no solamente en sus propiedades, sino también en lo que tienen de más sagrado después del honor: en su propia vida.
cesa, o a las Guerras de Independentia de las Repúblicas Americanas. Cada uno de estos sucesos ha abierto nuevos y vastos horizontes; cada una de estas crisis ha dado forma precisa a las aspiraciones latentes que la Humanidad durante largo tiempo sintió de manera vaga y confusa.
Cualquiera que sea, sin embargo, la importancia de los problemas que acabo de señalar en la vida de relación entre las Naciones, hay otros, más graves aún, porque afectan, no solamente las bases de la vida internacional, sino también a la vida misma de los Estados.
He considerado hasta aquí ciertos problemas de la neutralidad ordinaria y temporal, que se relacionan intimamente con los derechos y deberes de los neutrales, y he escogido un ejemplo que muestra claramente la necesidad de modificar las reglas del derecho de guerra, respetando los principios fundamentales de la ciencia, pero teniendo también en cuenta la imprevista novedad de las circunstancias mundiales.
Muchos otros problemas interesan igualmente a neutrales y beligerantes, como la aplicación de la teoría del viaje continuo, de que incidentalmente he hablado, como las reglas que conciernen al contrabando de guerra. El número mismo de estas cuestiones prueba que vivimos en uno de esos momentos solemnes de la historia universal, análogo a la época de la Revolución inglesa, a los días de la Revolución franAl estallar la guerra se produjo en el mundo un gran silencio de febril espera. Eran conocidos ambos grupos de adversarios, fuertemente organizado uno de ellos para un ataque larga y cuidadosamente preparado, y el otro orgulloso de la nobleza de su causa y capaz de las más admirables iniciativas. el mundo se preguntaba con esa especie de incertidumbre que oprime el corazón, cuándo, dónde y con qué resultado tendría lugar el primer encuentro de las fuerzas titánicas que iban a encontrarse frente a frente.
En medio de este gran silencio precursor de la tormenta, en el momento en que parecían extintos todos los otros ruidos de la tierra, se levantaron dos voces claras y precisas: la del invasor de Bélgica, confesando la violación de la fe de los tratados, so pretexto de necesidad, y la del rey Alberto I, proclamando su respeto a la ley del honor.
Vino después una brillante serie de manifestaciones del heroísmo del ejército francés, que puso en eviden76 77 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.