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implica de general, y éste por lo que encierra de particular.
El problema de la educación de las mujeres es muy antiguo. La parte histórica es ya conocida, no la repetiré; pero, para justificar mi acerto, recordaré sencillamente el interés que dicho problema despertó en el siglo diez y siete, citando entre sus más ilustres protagonistas a Mademoiselle de Scudéry, Molière, Madame de Sévigné, Fénelon, Madame de Maintenon.
Desde hace treinta años parece haber entrado en un período de actividad más intensa y, puede decirse, en una nueva faz. Con el nombre de Cuestión Feminista, ha encontrado defensores y adversarios entre los hombres y entre las mujeres; a veces es objeto de grandes entusiasmos, pero más a menudo sirve de blanco a una crítica y a una ironía vulgares. Las últimas hazañas de las sufraguistas en Inglaterra, no han servido, por cierto, para realzar tal cuestión ante la estima general. Estas hazañas se las considera, o bien como una deformación del movimiento feminista, o como su último esfuerzo, su canto del cisne. Si esta última opinión, que examinaremos más tarde, es la verdadera, el problema de la educación de la mujer, que existirá siempre, a menos de quedarnos estacionarios o de continuar dando el espectáculo de las más necias incoherencias, deberá formularse en términos que no han sido todavía considerados. la nota sentimental que ha sido siempre su dominante, deberá reemplazar la nota lógica.
En nuestra sociedad, la mayoría de las mujeres se encuentran en una triste situación, ya material, ya moral, y casi siempre material y moral a la vez. No soy yo quien lo ignore y soy la primera en comprender que las majeres, movidas por sus sufrimientos y por los de sus hermanas en miseria, hayan podido sublevarse, defender sus reivindicaciones con pasión e interesar a algunos hombres en su movimiento.
Ellas me hacen pensar en los primeros cruzados, quienes, subyugados por las palabras ardientes de Pedro el Ermitaño, abrazaron la cruz con frenesí y se pusieron en marcha para Jerusalén, ignorando aun donde quedaba Jerusalén. ni uno salió de Europa! Sus cadáveres fueron sembrados a lo largo de los caminos que siguieron.
Su heroica locura no fué absolutamente vana; pero la expedición que se organizó después de ésta de dulces iluminados, habría podido, para determinar las condiciones de su empresa, no contar con tan lamentable calaverada.
El sentimiento es un excitante, llena un papel que tiene su valor; pero no hay que apelar a él para dirigir y ordenar, puesto que sólo sabe impulsar, Si las demás mujeres lo hubieran comprendido, no habrían incurrido en las faltas que han cometido en su campaña de emancipación. Pero ¿podían comprenderlo. Podían obrar de otro modo. No!
El rasgo característico de los hombres y de las mujeres de nuestra época, es una gran emotividad, aumentada por una no menos grande sentimentalidad, elementos que han tomado entre las mujeres una intensidad mucho más preponderante que entre los hombres, por razones que nos será fácil dilucidar.
El medio familiar ocupará ante todo nuestra atención; la mayor parte de los niños son señalados en la vida doméstica con una marca que no se borra sino 35 34 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.