Violence

380 EOS EOS 381 Reyes Católicos, de Carlos y de Felipe II, cuando Dios, en su indignación, entregó al pueblo ibérico toda la tierra, para probarle solemnemente que era indigno de regirla. Qué monumento pusieron esas gentes sobre el mundo cuando lo tuvieron en sus manos? La hoguera de la Inquisición; y lo dejaron caer, fatigados de su peso. Nos designará usted, por ventura, la Edad Media? El tipo más puro de aquella época nos lo conserva Quijote; el más puro, porque este caballero siquiera es un loco, y no un bandido.
Reniega usted, confiéselo, de esa nación generosa, que tantos timbres tiene en su historia, tantos fulgores en su civilización. La España que usted ama, no existe ni ha existido jamás; el talento de usted la engendra en su alma democrática; la ve usted en el porvenir, la dota usted con las prendas de su propio carácter; la adorna con los timbres que descubre en las naciones más gloriosas, y se deslumbra usted con los fulgores de la civilización que le desea; pero entretanto, para sus paisanos, usted no es más que el Quijote del progreso.
No hay que hacerse ilusiones; el último pueblo a quien desearían parecerse las demás naciones de la tierra, es el pueblo español, y el mismo señor Castelar trabaja por una metempsicosis, esperando que ese pueblo querido trasmigre al fin de las fieras a los hombres. Lejos de mi negar el revelante mérito de muchos ilustres españoles; pero cómo han pasado por su patria! Ellos no han sido más grandes que el Dante, que Maquiavelo, que Galileo, que Miguel Ángel, que Campanella; y aquéllos como éstos, según la frase del señor Castelar, no han pasado por su suelo desgraciado sino como los fuegos fatuos por un cementerio.
Una sola gota de sangre española, cuando ha hervido en las venas de un americano, ha producido los Almontes y los Santa Annas, ha engendrado los traidores; y no es extraño este fenómeno, porque para darnos su sangre no han venido a la América los Quintana ni los Castelares, sino los frailes que ustedes han asesinado, y los galeotes que ustedes cargan de cadenas.
Si el señor Castelar viniera a la América, vería lo que quieren decir para nosotros sus injustas reconvenciones; nos ofrece el lecho de rosas en que expiró Guatimotzín. Los que nos han dado su sangre, nos la quieren dar todavía; la sangre del adulterio, del estupro, de la violencia. Nos dejaron templos: y ha sido necesaria una revolución para derribarlos, porque el ídolo que en ellos se adoraba, era el mismo que el señor Castelar fulmina en Roma; ídolo que ha extendido desde el Vaticano una mano para bendecir los robos de Jecker y las iniquidades de la Francia. Los españoles no han hecho en nuestros puertos sino una cosa buena: salir por ellos. Y, en cuanto a la más hermosa, a la más sonora de las lenguas, no es verdad que el señor Castelar compite con nosotros cuando se trata de desfigurarla. Habla el señor Castelar como las Partidas? castizo como Fr. Luis de León?
jes purista como los Argensolas? Apenas si recuerda a Santa Teresa, y eso en el romanticismo místico de aquellas palabras: ha difundido su alma en vuestra alma. És un anacronismo recomendarnos un idioma en un siglo en que se aprenden tantos, y todos ellos tienden a confundirse; despójese el señor Castelar de algunos arreos españoles, y en vez de parecerse a Saavedra es Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.