EOS 248 EOS 249 damos, entre muchas, la alegoria de la República protegida por la Religión, acompañada de la Fe, la Esperanza y la Caridad; en pos de los carros, las cruces alias y ciriales de las parroquias y otras iglesias; las personas que iban alumbrando, en dos alas; los seminaristas y el clero.
En el centro, las imágenes de Santa Ana que enseña a leer a Nuestra Señora, San Joaquin, la Concepción, San Victorino, vestido de pontifical, San Pedro y San Roque, llevados en andas. Los levitas con el Arca, los ancianos y los Reyes de Judá, representados por niños de ambos sexos, con barbas postizas de algodón bien escarmenado.
Las ninfas ricamente vestidas, marchaban regando flores delante del palio.
El palio llevado por sacerdotes revestidos y debajo el Arzobispo con la custodia, rodeado del Capitulo metropolitano, con ricas capas magnas.
El presidente de la República, acompañado de los ministros de Estado y de los altos funcionarios civiles y militares, con brillantes uniformes. Desde el general Santander hasta Obando, asistieron los presidentes a solemnizar esas procesiones.
De todos los balcones caía inagotable lluvia de flores, y al concluir la estación en cada altar, se quemaban fuegos artificiales.
Después de la procesión se llevaba a los niños que habían figurado en ella, a disfrutar del convite (lunch) que se les preparaba en el palacio arzobispal, y en seguida paseaban por todas partes, y se les festejaba como si realmente fueran los personajes que representaban.
Mientras tanto se divertia la gente devorando los bizcochos, dulces y guarrás, que eran las viandas de ordenanza para esas funciones, amén de las frutas encarameladas, mani, alfajor, merenguitos, avisperos y otras golosinas de gusto no muy refinado. En las casas situadas en las calles por donde pasaba la procesión, se obsequiaba a las personas invitadas con onces suntuosas, y en algunas se aprovechaba la oportunidad para armar por la noche la tertulia o baile improvisado.
El octavario continuaba en La Catedral con gran pompa.
hasta el jueves siguiente, en que tenía lugar la misma procesión por los alrededores de la plaza, previos juegos artificiales de la vispera, y todo era, mutatis mutandis, igual a lo del Corpus. En una ocasión quedó enredada la tiara de San Pedro en los flecos de un arco, y en el acto la gente agorera pronosticó próxima persecución a la Iglesia, lo que desgraciadamente se confirmó con la fuga que se vió obligado a emprender Pio IX, de Roma a Gaeta, en el año de 1848.
Luego venían las octavas de los barrios, empezando por el de las Nieves, que es la parroquia más antigua de Santafé. Baste a nuestro propósito la descripción de lo que pasaba en aquel entonces tenebroso arrabal, para dar idea a la actual generación de los sucesos que constituían antaño, el ramo de diversiones más apetecidas y populares.
Al aproximarse la fiesta se advertia movimiento desusado en aquellas regiones, producido por el resane y blanqueamiento de las casas, en que se notaba que los artifices no pecaban por habilidad en el oficio, porque por lo general, quedaba más blanco el suelo que las paredes; se retocaban los letreros de las ventas y chicherias, y en algunas localidades se pintaban con colores de tierra, portadas que remedaban festones con tendencia a imitar labores arquitectónicas, flores monstruos, o alguna escena de costumbres populares por el afamado pintor al temple, el bobo Rosas.
Para comprender nuestra relación debe saberse que en aquella época todas las casas del barrio carecían de alar, las puertas y ventanas eran contemporáneas del conquistador de los muiscas, no existia camellón, sino un tremendo y desigual empedrado con altibajos, y de Oriente a Occidente se desprendian tres quebradas, que fueron y ya no son, las que pasaban por tres puentes de cal y canto, que son el origen del nombre que aún lleva ese sitio de la ciudad.
En la vispera de la octava se colocaban en puertas y ventanas faroles de papel de colores, de los llamados intestinos, o linternas habilitadas de guarda brisas con sus correspondientes cabos de vela de sebo.
En la plazuela se encendian hogueras de frailejón, y donde quiera que había garito, venta o chichería, se colgaEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.