EOS 239 238 EOS ria, particularmente en la privada. Son más de cuatro los muchachos que podrían servir para confirmar este aserto.
Hace tres años hallé en una casa de la vecindad un kuaderno de composiciones en limpio» de un niño discípulo de la señorita Rosa Garro, en la escuela que todavía dirige don Ramiro Aguilar. No había entonces en el cuaderno más que una composición del chiquillo, un prólogo y una paráfrasis. Copio en seguida las tres cosas y digo de una vez que el prólogo y la paráfrasis estaban firmados con las iniciales verdaderas de la que más tarde hubo de ser llamada Eosina: El prólogo: Prologar el primer trabajo de un niño. qué sabor tan raro tiene esto para mí. Consagrar la primera piedra de un edificio que puede convertirse en monumento. quién lo sabe. Quién puede calcular los tesoros que guarda ni ias sorpresas que nos reserva?
Me comprometí a hacerlo por broma, y heme aquí con el gesto solemne de un obispo al colocar la primera piedra de una Catedral.
El trabajito de que me ocupo no es perfecto, no puede serlo el de un niño de once años, pero demuestra una tendencia a salirse del mundo vulgar para explorar otros mundos de goces más completos, de ambiciones más nobles, de dicha más duradera. Representa un esfuerzo del cerebro y una palpitación del alma unidos en estrecho abrazo. Cuánto sentimiento hay en esa caída de hojas que amortajan el cadáver de pequeño desgraciado y en el extraño coro que concierta la Naturaleza para despedirlo. Cuánta filosofía al hacer resaltar el contraste de dicha y desventura que encarna ese parrafito tomado del «Libro de la Vida. Y, más que todo. qué bien suena la voz que se alza para deplorar la desgracia del compañero caído!
Ahora bien ¿por qué me ofrecí a escribir las presentes líneas?
El alma del niño ejerce sobre mí un poder irresistible; tiene para mí el encanto de la fuentecilla que modula su canción entre los juncales; de la melodía que hace vibrar suavemente las cuerdas del alma; del rayo de luna que tamiza su lluvia de plata por entre los árboles del huerto. de todo cuanto hay de más bello, más hermoso, más suave, más dulce, más poético en la Naturaleza cuando aún no ha sido retocada por la mano del hombre.
El despertar del alma del niño es el más hermoso de los despertares. La intimidad con él, ennoblece, santifica. Acogerse a su influencia bienhechora es guarecerse bajo las alas de un ángel. Ellos son el rocío del alma, de esa flor que tan fácilmente se agosta, se marchita.
Hubo también otra fuerza impulsora: la vocación de maestro que priva en mí. Ese instinto que me lleva donde quiera que hay un cerebro que modelar, una voluntad que dirigir, una iniciativa que robustecer, un ideal que alentar, un corazoncito que inclinar al bien. si ese corazón, ese cerebro y esa voluntad además Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.