216 EOS EOS 217 Guiando a sus hermanas, Melpomene.
El alado corcel conduce el coro con su inspiración resuena el foro. Quién creeria que después de cincuenta años de pintado aquel telón fuera el mejor que se hubiera visto en nuestros teatros, incluyendo el que hoy está en uso en el Teatro Municipal. Las decoraciones y tramoyas de la escena, eran estupendas! Para subir el telón se arrojaban del techo dos o más hombres prendidos de los cables que lo sostenían; y para bajarlo, sans façon, caía con estrépito, apagando los candiles que apestaban con el humo de la pavesa y llenaban de tierra a todos los que estaban próximos al escenario. El mar se representaba con telas azules movidas por cuerdas como péndulos de reloj; el viento con bramaderas o zumbadoras; los truenos o cañonazos, con golpes de tambora; los rayos con busca niguas (cohetes sin truenos. y la luna, con un farol opaco suspendido de una cuerda horizontal que se le hacía recorrer.
La función se anunciaba para las ocho en punto, pero lo corriente era levantar el telón después de las nueve; mientras tanto se entrenia el público fumando cigarro, lo mismo que en los eternos intermedios, con lo que se producia en ese recinto sin ventilación, una atmósfera de humo insoportable, que hacia inutil el uso de binóculos, porque, lo mismo que en tiempo de nieblas, no se alcanzaban a divisar los objetos situados a dos pasos de distancia.
En cuanto al vestuario, se echaba mano de los restos que aún quedaban de los vestidos que usaron los oidores o alguaciles de la Colonia, y de los uniformes de los militares de la Independencia.
No se puede repicar y andar en la procesión, era un aforismo sin valor en aquella época, porque el público era espectador y actor al mismo tiempo. Se les llevaba el compás a los músicos golpeando en las bancas; se entablaban diálogos entre los actores en el proscenio y los espectadores en sus respectivos asientos, o se hacían oportunas indicaciones a los tramoyistas para la mejor ejecución de la pieza; y lo que era sublime! los espectadores tomaban en serio los acontecimientos que se simulaban sobre la escena, llegando en su entusiasmo hasta insultar y apedrear a los protagonistas que les eran odiosos.
Si la profesión de cómico como se llamaba entonces a los actores se consideraba indecorosa, la de cómica se reputaba abominable. Para remediar la repugnancia que tenían las mujeres a presentarse en la escena, se buscaban hombres del género promiscuo, como decía Bretón de los Herreros, que vestidos de mujer desempeñaban los papeles de las actrices, para lo cual se daban sus trazas a fin de imitar las formas del sexo que accidentalmente suplian: era muy frecuente que esos desgraciados, olvidando lo que en esos momentos figuraban, dijeran con el mayor aplomo: nosotras los hombres, nosotros las mujeres!
El gusto por las obras clásicas imperaba en todos, sin caer en la cuenta de que ese precisamente es el escollo del teatro: también ocurrían durante las representaciones, graciosas peripecias, tánto, que no podemos resistir a la tentación de recordarlas.
En la compañía que figuró inmediatamente después de la Independencia, representaba don Chepito Sarmiento, que era un mulato con cabeza de Medusa, rechoncho, de facciones vigorosas, empleado como portero de Palacio. Una vez hizo el papel del Rey Numa y desde luego vistió túnica corta, ciñéndose escrupulosamente a las costumbres que debió tener el buen rey, que según parece usaba de rigurosa indumentaria. En el fondo del proscenio había un dosel con lictores y un gran sillón enmedio, que debia ocu. par el rey para impartir justicia: todo fué arrellanarse en el maldito asiento y estallar entre los ocupantes de la platea una formidable descarga de aplausos y vivas a Numa. Qué produjo semejante entusiasmo en los espectadores de la planta baja? Parece que la túnica se le recogió más de lo necesario, dejando in púribus a don Chepito.
Poco después se anunció la representación de Pelayo, para aprovechar la permanencia erresta ciudad del español José Goñi, que se decia famoso actor. Al efecto, se encargó al maestro Jiménez, que, cual otro Vulcano, forjara en su hojalateria la armadura del héroe castellano. En el primer acto se presentó don Pelayo, armado de punta en Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.