186 ROS EOS 187 traordinaria que había hecho y deseándonos buen viaje.
Atendida la calidad y cantidad del hurto, creemos que podría estimarse en siete y medio centavos, papel moneda. Proseguimos nuestro camino y después de darnos un baño helado en agua cenagosa, devoramos los comestibles y regresamos a la ciudad, encaminándonos por entre los potreros de Llano de Mesa, a fin de evitar el paso por el frente de la casa asaltada.
Los actores de aquella tragicomedia nos comunicamos la cuita que nos roia, y para proceder con acierto en asunto tan grave, convino Turra en tantear vado con un venerable y anciano religioso candelario que acababa de entrar a la capilla: nada menos que el padre Achuri. En pocos momentos se confesó y al levantarse se volvió hacia los que formábamos rueda esperando el turno; juntó los dedos de la mano derecha, los aproximó a la boca, e imprimiendo sobre ellos un ruidoso beso, exclamo. superior!
No había terminado Turra la última silaba cuando nos precipitamos de rodillas ante el confesor, quien nos envolvió en su manto, echándonos los brazos: tomamos esa actitud del padre como una confirmación de lo asegurado por nuestro catador, y empezamos la confesión como debe hacerse, por lo más gordo. Sin medir el alcance de nuestras palabras, nos acusamos de robo en cuadrilla y en despoblado! Al oir semejante atrocidad, se estremeció el venerable padre y sin duda debió de creer que se las habia con algún compañero del famoso cuatrero Quiroga, que en esa época era el terror de la Sabana.
Por lo pronto nos agarró de una oreja, temiendo que nos escapáramos y nos acosó a preguntas y repreguntas capciosas, como dicen los tinterillosnos afeó el delito en términos vehementisimos, pronosticándonos el presidio y la vergüenza pública si reincidiamos y no nos enmendábamos. Prometimos cuanto nos exigió el confesor, y a Dios gracias, esa leccioncita nos acostumbró a no tomar lo ajeno contra la voluntad de su dueño. Mohinos y compungidos nos levantamos para cumplir la pesada penitencia que se nos impuso, pero al mismo tiempo admirados de que Turra que había sido el autor principal, hubiera salido con tanta felicidad.
Algunos años después, al anochecer y al llegar al Rio Prado, en viaje para Nelva, vimos un jinete de barba espesa, montado en magnifica mula, con sombrero alón de Suaza, en pechos de camisa, zamarros de piel de tigre y enormes espuelas; al acercarnos nos grito: Mosca. tal era el apodo aplicado por los calentanos a los bogotanos.
En el acto reconocimos a Turra, que iba, según nos dijo, a vender cacao a la Mesa de Juan Diaz, y a comprar sal del Reino (Zipaquirá. nos invito a que pernoctaramos debajo de unos corpulentos hoʻos en que guindariamos las hamacas, ofreciendo festejarnos con un espléndido avio, consistente en suculento chocolate servido en jícaras de plata, acompañado de bizcochos calentanos, queso de ojo, tasajo y patacones. Alli nos refirió que el fullero del acudiente habia escrito a su padre que no lo volviera a enviar al colegio, porque no era aparente para los estudios, y que este lo habia zampado en la labranza de cacao; que para quitarle las malas inclinaciones lo habían casado con una prima, y que ya tenía dos timanejitos, macho hembra, que ponia a nuestra disposición; pero que siempre le habia quedado el resabio de saltar la talanquera.
Después de tomar el último trago nos tendimos en nuestras hamacas y ya estábamos durmiendonos cuando Turra nos dijo: Mosca. te acuerdas del Padre Achuri?
Si que me acuerdo, bellaco, y ahora me vas a explicar el misterio de lo que hiciste para salir tan bien librado en la confesión aquella, porque yo, que no fuí sino mero testigo de lo que atrapaste en Tunjuelo, casi pierdo las orejas. Majaderos! respondió; ni el Padre me preguntó ni yo le dije, y. hasta mañana!
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