EOS 148 Francia parecia contenta y escuchaba distraida las frases de sus compañeras que la envidiaban.
Entró una visita. Era una muchacha también maestra a quien en dias pasados extrajeran en el Hospital un tumor.
En ese salón había sido atendida y así se hallaba como en su casa. Era una de esas criaturas de edad indefinible, de piel terrosa, muy fea y vestida con su traje de dominguear, pasado de moda. Saludo a las antiguas conocidas, hizo carantoñas a la hermana y se puso a hablar con delectación de su tumor. Albina no había visto aún su tumor? Los médicos lo guardaron en alcohol. Era del tamaño de una toronja. Juana e Inés si lo conocian. Inés lo vió dos veces. miró a Juana y a Inés complacida, deteniendo sus miradas en Inés como si el haberlo tenido esta mujer ante los ojos más veces fuera una gran prueba de cariño hacia ella. Luego añadió con una alegria casi infantil que ella lo había visto ya cinco veces.
Escuchándola, Albina sentiase más desolada.
La madre entró arrastrando los pies. Albina se despidió y salió de la sala apoyada en la anciana que suspiraba su. Ay Jesús mio. Era una mañana radiante, con un cielo muy azul. Los jardines del hospital estaban llenos de flores y sobre ellos, como chispas vibrantes, zumbaban enjambres de abejas amarillas. Los corredores estaban poblados de enfermos, cuya miseria fisica parecía más triste en aquella brillante mañana.
Cuando llegó a la puerta, Albina vió la gran plaza llena de chiquillos que jugaban. La visión del camino que iba a emprender, la visión de su vida futura, tan semejante a la ahumada salita de su casa alumbrada por las noches con aquella lamparilla de luz amarillenta, que apestaba a canfin y dejaba los rincones metidos en la sombra que su pobre madre aprovechaba para cabecear y lanzar sus dolientes ¡Ay Jesús mío. se apareció en su imaginación. Las rodillas le flaquearon y se dejó caer en la grada mientras murmuraba con su voz sin esperanzas. Para qué?
Francia, patria mia. Por qué la suerte sacude airada tu penacho erguido. Por qué, dime, consiente que la muerte esté segando tu vergel florido con esa saña con que ataca el fuerte; y permite fin usticial que el bandido, de camino al pináculo apostado, tu carroza triunfal haya asaltado. Es que quiere exaltar tu fortaleza, sin razón discutida y calumniada, disponiendo perezca la vileza bajo el filo cortante de tu espada, y se apresta a ceñir a tu cabeza la diadema que tiene preparada a la reina gentil de las naciones cuando no haya asesinos ni ladrones. Francia, patria mia! que yo te vea pronto, muy pronto disipar tu duelo; empuñar la bandera de la Idea con el brazo potente de tu anhelo CARMEN LIRA Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.