EOS 147 146 EOS Una mañana sintióse enferma y no pudo ir a la escuela.
Al cabo de unos dias tuvo que ser trasladada en carreta a la ciudad para que la examinara el médico. Salió del pueblo en un pesado mediodía de Octubre, cuando las campanas.
tocaban el Angelus. Estaba muy débil e iba tendida sobre el colchón en el fondo de la carreta. Al pasar por la plaza, una vaca bramó quejumbrosa: la madre se estremeció y la miró con temor y ella pensó sonriendo casi con alegria: Iré a morir? El médico la encontró muy mal y les aconsejó que buscaran en la ciudad donde alojarse, para poder atenderla mejor. Tuvieron que pedir hospitalidad en casa de unos antiguos vecinos, dueños de una pulpería. La acomodaron en el cuarto que hacia de bodega, lleno de cajones y canastos. De noche lo alumbraban con una candela que se colocaba en el suelo para que la luz no la molestara y el cuarto se llenaba de sombras temblorosas. El oido ocioso de la enferma seguía todos los ruidos de la tienda. De dia no perdia el continuo entrar y salir, pidiendo ya un diez de manteca, ya un cinco de arroz, un cinco de plátanos, y de noche, un cinco de candelas, un cinco de pan. veces.
alguien rasgueaba una guitarra y sus vibraciones melancolicas se le metían en el corazón.
Como la enfermedad no cedia, hubo que llavarla al Hospital de San Juan de Dios. Los dueños de la casa tenían buena voluntad, pero los tiempos estaban malos. Fué conducida alli, una mañana de temporal. Encontrábase humillada, pero no lloraba. Un dolor seco le atormentaba el pensamiento. Por fortuna le tocó un lecho que ocupaba un rincón cerca de una ventana, donde se creta más al abrigo de las curiosas.
miradas. La habitación estaba llena de una claridad gris.
que daba frío, y los rostros de las enfermas parecian lividos.
bajo el rojo cobertor. través de los cristales de la ventana vió las ramas de un árbol que goteaban.
Hubo que hacerle en el estómago, una operación quirúrgica muy seria. Una semana paso Albina entre la vida y la muerte. Hubo dias en que no conoció ni a su madre.
Pero una mañana despertó completamente despejada.
El sol entraba por la ventana abierta y hacia un reguero de oro sobre su lecho. Un moscardón vibraba entre las ramas florecidas del árbol y los comemaices se esponjaban y saltaban confianzudos sobre el alféizar. Fué la gran debilidad que corria por sus venas, la que la hizo cerrar los ojos, como pesarosa de ver de nuevo esta profusión de luz y de vida que le llegaba del exterior?
El siguiente era dia de entrada. Vinieron a visitarla maestros del pueblo en que vivia, entre ellos una muchacha, casi una niña, con las mejillas color de rosa rodeadas de na aureola de cabellos rubios y una boca roja que más bien era un pedacito de risa, y el director de la escuela de la villa, muy joven y muy simpático, juguetón como un chiquillo, siempre con una palabra bondadosa lista en los labios. Ella le traia unas flores que esparció sobre el lecho y él le apretó una mano cariñosamente y le acaricio con ingenuidad los cabellos.
Durante todo el dia Albina sintió el corazón más ligero y cuando contemplaba los pétalos esparcidos sobre su lecho y recordaba la ternura de su compañero, sonreia con dulzura.
La tarde fué bella. Las sombras ya habían invadido la sala, pero Albina todavía podia ver por la ventana, un trozo de cielo iluminado. Un celaje rosa se encendió y en uno de sus extremos prendió sus inquietudes una estrella. Albina recordo entonces con más intensidad, la caricia ingenua que en aquella mañana dejara sobre sus cabellos el bondadoso muchacho, cuyos ojos tenían una mirada que pasaba sobre el corazón dejando la sensación del terciopelo. sintió pena al recordar también, que al verlo salir de la sala en compañia de la maestra de mejillas frescas y boca riente, una de las enfermas habia exclamado. Qué bonita pareja. Son novios. Ah. por que en su juventud que se acababa, no se prendió un amor como aquella estrella en el celaje que diluia su color rosa en el crepúsculo. Oculto la cara entre la almohada para ahogar los sollozos.
Sentada en el borde de su lecho, con el pequeño lio que encerraba sus haberes, al lado, Albina esperaba a su madre que debía venir por ella para volver otra vez a casa. NoEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.