104 EOS EOS 105 rostro, el esguince suave de la boca parece que se preparara a balbucir. Hijo, perdónalos, aunque bien saben lo que hacen. seguirá sonriendo aún, que así es el dolor de los buenos, perdón, amor, sonrisa.
Luego, acaso se duerma.
La sonrisa que se escapa por sus labios profanados, semejante a luz que vaga en el espacio una vez puesto el sol, será como un hilo de sangre del alma que realice en nuestros ojos ciegos el milagro de abrirlos a la tolerancia ante el mal que nos infiere el enemigo.
No hay ruina más fuerte que los hombres mientras nos quede el poder magnífico de la sonrisa.
FRANCISCO SOLER Allí donde los teutones marcaron el paso mecánico, hubieron de caer por tierra los hombres que estaban desarmados y los dioses que tan sólo disponían de la razón.
Aquella razón de los dioses, serena y limpia, serena y dulce, serena y perdurable al parecer, determinaba una injuria petrificada, inmóvil, firme cual una obsesión, para la horda que sólo entiende de filos y de fuego.
Por esto cayeron los dioses.
Pero los franceses han venido ahora a recogerlos. acaban de construir, allá en París, un hospital para los heridos de piedra, en el salón del Palacio de Exposiciones. Allí están en lascas los ángeles que revolaban, con la gracia que se retuercen las ideas en una cabeza, bajo la cúpula de las iglesias de Verdun, de Reims, de Arras; allí un muñón y los pies enclavados del Cristo de Revigny, cuyo cuerpo royeron las llamas; y contemplando la ruina, con los párpados entornados, la mirada casi desvanecida llena de mística luz poniental, y una leve sonrisa que aletea entre los labios, la cabeza sin cuerpo, herida en la sien, la Virgen de Albert, mármol impregnado de dolor y de resignación, que parece que ha empalidecido.
Entre el montón aterrador de los heridos de piedra destaca la apacible tristeza de aquella blanca Virgen pálida que sonríe y perdona. Tiene la cabeza inclinada.
Pensárase que pretende oír el ritmo del corazón que no existe. Los ojos que van hundiéndose en sueño tranquilo, derraman, tenuemente, lentamente, la sonrisa que se arremansa en los labios con el brillo claro de la espuma del agua que al sentirse herida por los guijarros canta. En el mármol casi transparente de su La ciencia francesa Descartes, Lavoisier, Pasteur DISCURSO DE CARLOS RICHET EN LA UNIVERSIDAD DE CRISTIANÍA, EN ENERO DE 1916.
Señor Rector, Señoras y Señores: Es para mí una gran honra cuyo alto valor aprecio debidamente el ser recibido en vuestra Universidad. Sucesos imprevistos de esta ruda guerra me han traído a la hermosa ciudad de Cristiania, y la Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.