76 EOS EOS 77 de los soldados hacia sus jefes y de éstos para los soldados.
Me imagino las trincheras actuales de esta gran guerra como barricadas desmesuradas, pero semejantes a las que nos describe Victor Hugo, levantadas por el pueblo de París en las memorables jornadas de 1830, y que fueron en definitiva plataformas construidas para recibir la muerte como sólo lo hacen los franceses, con la sonrisa en los labios.
Se peleaba entonces y se batalla ahora por la idea de libertad y había entre los burgueses, obreros, estudiantes, hombres, mujeres y niños, un noble lazo fraternal; todos se aprestaban a enfrentarse a las guardias veteranas en lucha desigual y mientras llegaba la granizada de balas se soportaba alegremente el rato, rivalizando en juegos de palabras o inventando toda clase de diabluras picarescas para disimular el hambre y para no pensar en el fantasma del peligro. La encarnación de la chispeante farsa y del heroísmo real del parisiense responde al nombre de Gavroche. Recordáis aquel mozalbete que tenía unos cuantos hurtos en la conciencia, mensajero de billetes amorosos, que se servía de las grandes palabras como divisa, que abrazaba y hacia suyas las reivindicaciones del pueblo soberano, pero que no podía olvidar su argot gracioso y su burla eterna de pillete?
Je ne suis pas notaire, est la faute a Voltaire.
Je suis petit oiseau, est la fante a Rousseau.
El gran poeta nos describe la calle de Saint Denis en la de cadáveres, y frente a la barricada, el gorrioncillo humano, saltando de trecho en trecho, para llenar su cesto de proyectiles que serían preciosos a los ciudadanos de su partido. La metralla no arredra al duendecillo. Por aquí yace el cuerpo de un sargento reclinado a un poste, corre, lo desbalija y al ver que una bala que se le dedicaba, yerra y rebota sobre el cadáver, Gavroche exclama: Fichtre! voilà qu on me tue mes morts!
Mas ay! poco después cae por allá, derribado para no levantarse más, el rapazuelo y vuela aquella pequeña alma para convertirse, gracias al verbo lírico a quien debía la vida, en un símbolo inmortal.
Pues, bien, Gavroche es hoy no sólo el parisiense, no sólo el mozalbete, es todo un pueblo, es el ejército de una nación entera que no quiere perecer y que se burla de la fuerza y de la muerte. Gavroche ha crecido y hoy se llama Pericard.
El teniente Pericard tiene un origen humilde, es un campesino de la región del mediodía de Francia, que se alistó voluntario al estallar la guerra de 1914.
Sus primeros pasos nos son desconocidos y no tienen importancia hasta el día en que su frase hizo brotar un rayo de luz sobre su frente.
Oigamos a Mauricio Barrés. He tenido deseos de conocer al héroe, al teniente Pericard. He aquí lo que me refirió. Estaba en el Bosque Quemado, el de abril de 1915. Hacía tres días que nos batíamos; no quedábamos en la trinchera más que un puñado de hombres agotados, aislados completamente, bajo una lluvia de granadas. Me doy cuenta de pronto de lo precario de mi suerte. Mi exaltación me abandona, tengo miedo. Me acuesto Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.