346 EOS EOS 347 manos. La culpable, soy yo; fui a su alojamiento la víspera.
de su partida. ità, una mujer de mi estirpe. exclamó sonrojado el padre. En momentos de angustia desaparecen las jerarquias, quedando espació sólo para ser humanidad sincera!
El la miró apenado, pero con menos enojo.
Humilde, la joven prosiguió. Todo fué a causa de la bandera; entregué al amado lo más precioso que tenía, porque iba a arriesgar su vida por aquella.
Las palabras de la hija, comenzaban a quebrantar en el padre convicciones seculares. Quiere estar en brazos del abuelo respondió el médico. viendo que aquél no objetaba, puso al infante en sus El recién nacido frotó la carita contra el pecho del Duque, movido por el hambre; el rozamiento del nene fué como suave caricia que alma adentro se le entró al abuelo, conmoviéndole ignoradas fibras de ternura; y, sin darse cuenta, comenzó a columpiarlo en sus brazos besándolo delicadamente. Qué robusto. dijo. de contextura acabada! agregó el Doctor. Puede suponerse que estos nacidos de hoy, serán los extraordinarios del porvenir, porque fueron engendrados por padres que se hallaban en un estado de patalogia excepcional, debido al máximum del desdoblamiento sensorio que les imprimia la critica situación presente.
El Duque no atendia las consideraciones científicas del médico. Éste, viéndolo extasiado ante el chiquitin, le recordo: La pobre madre aguarda ansiosa. Es verdad. exclamó el Duque; y entró en la habitación de su hija, llevando el niño; lo puso en sus brazos, diciéndola: Aquí tienes a tu hijo y a mi nieto.
La faz de la joven pareció sutilizarse sobre la blancura de la almohada con una expresión de maternidad triunfante que sublimábalo todo alli. En un saloncillo, con ventanas a la calle, contiguo a la alcoba de la que acababa de ser madre, el anciano médico de la familia, sosteniendo al reciennacido, fuerte como el amor, sano y bello como el abrazo que lo engendro, se lo presentaba al Duque; pero éste, andando a lo largo de la pieza, con gesto sombrio, se resistia a volver la vista hacia el inocente nietecito.
En vano el médico agotó todas las razones convincentes para vencer el desvio del abuelo.
El niño lanzó un gemido, que impresionó al Duque; observándolo el Doctor, extendió los brazos, ofreciéndole el pequeñin; el abuelo le volvió la espalda, continuando su interrumpido andar.
Un vendedor de periódicos pasó bajo las ventanas, gritando. Noticias de un gran hecho de armas, realizado por el regimiento de caballería 43. Al oir esto, súbitamente pensó el Duque, que el capitán de ese regimiento que se cubria de gloria, era el padre de aquel recién nacido; y evocó la visión de la portentosa valentia que asumia el moderno guerrero, batallando en una lucha que confundiase con la fábula homérica. Sangre del héroe circulaba por las venas de su nieto. Sintiendo un deslumbramiento de orgullo, miró al niño.
El chiquitin gimió de nuevo. Qué tiene, Doctor. preguntó el Duque.
La Duquesita pedía a Dios volverle al amado, y conceder al niño el beso paternal; pero, dudando de que le otorgara ambas gracias, madre antes que amante, ya sólo tuvo plegaria para pedirle que no muriera el Capitán sin conocer a su hijo.
Obsesionada por este deseo, tanto rogó al Duque dejarla partir con el niño al campamento del Capitán, que al fin hubo el padre de consentirlo, sintiendo que su mala salud le impidiera acompañarla. los dos meses de su alumbramiento, se puso en camino con su hijito, llevando a un antiguo criado y a la niñera.
Tomó una via libre de enemigos.
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