344 EOS EOS 345. La que viene a tí, no es la hija del Duque exclamó ella apasionadamente. sino la mujer que ama y sufre y que se entrega para que lleves un recuerdo consolador e imperecedero.
El joven no la dejó proseguir; arrebatado y vencido, la tomó en sus brazos.
Hacia el amanecer, mil veces la suplicó el Capitán que volviera al palacio del Duque, temiendo que llegara el día y la viesen las gentes salir de su alojamiento; pero ella, se mantuvo firme, empeñada en acompañarlo hasta que llegara la hora de ir a incorporarse a su regimiento.
Arreglaron el equipaje de campaña entre besos y suspiros. ella, sintiéndose ya esposa, le cosið un botón al uniforme, experimentando amargo enternecimiento, al considerar que acaso lo hacia por primera y última vez. las ocho de la mañana, salieron juntos, porque asi lo quiso ella. Cerca del cuartel, se separaron, sin poder pronunciar palabra, pero diciéndose con los ojos sus sentires, que, sólo asi podían ser expresados.
La Duquesita tornó a su palacio. Sus ojos tristes tenian la castidad de una Dolorosa. Los que la vieron salir de la habitación del oficial, no mostraron asombro ni malicia; aquello les pareció lógico; imponíase por la suprema razón de la filosofia natural de la vida, que fusiona irresistiblemente a los que se aman, estando en una situación trágica.
El patriotismo, peligros, congojas y duelos comunes a todos, estableciendo el acercamiento de las almas, ponian en la pupila una expresión de tolerancia infinita. Nadie contó al Duque el secreto a voces de su hija, cual si todo el mundo lo sancionara moralmente.
La charanga, que anunciaba el paso de un batallón, llegó hasta ellos; al oir la música militar se sobresaltó la joven, y sintió en sus entrañas el primer estremecimiento de vida de su hijo. No habia duda, iba a ser madre. Era necesario confesárselo valerosamente a su padre: puso una mano sobre la rodilla de éste, diciéndole quedo. Papa; tengo que hacerte una penosa revelación: soy madre.
El la miró estupefacto. Qué dices. Que voy a ser madre. Estás loca. Ella movió la cabeza negativamente.
En tanto la música guerrera llegaba por la esquina, al frente de un escuadrón. Mientes. exclamó el Duque. Dentro de seis meses seré madre repitió, con gravedad doliente.
El levantó airado el puño sobre su hija.
El cuerpo de tropas desfilaba junto al balcón.
Entonces, ella, dijo a su padre con dignidad indescriptible. Pega, padre, si te atreves, a la mujer y al hijo del defensor de esa bandera. y señaló a la insignia nacional, tremolada por el batallón que se alejaba, prosiguiendo exaltadamente. Ahi van los héroes de la Patria, dejando, al igual del caso mio, en el seno de millares de mujeres, parte vital de su heroismo; esa fuerza épica, se perpetuará en la venidera generación que fue creada por una pena de amor, como de redención. Qué juez en cielo y tierra se atrevería a anatematizarnos y a llamar bastardos a nuestros hijos, trayéndolos a la existencia de las extenuadas, mutiladas naciones, como una germinación de esperanza fecunda?
El padre, asombrado de la solemnidad que asumia la actitud de su hija, no replicaba. Después se sentó anonadado.
Ella se arrodilló a sus pies. Papá, sé clemente con tu adolorida hija. Ese plebevo de capitán aprovechó tu inexperiencia para seducirte dijo rencorosamente el Duque.
El espíritu de la Duquesita se modelo en el dolor sentido durante los tres meses que siguieron a la partida del Capitán.
Una tarde, el Duque leia en un periódico noticias de la guerra, junto a un balcón que daba a la calle; su hija, cercana a él, bordaba distraidamente.
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