296 EOS EOS 297 En la superficie, el nacionalismo, como lo consideramos hoy, es un producto altamente sofisticado de teorías e hipótesis acerca de las peculiaridades de raza de ciertos pueblos, deducidas de su pretendido temperamento innato y de sus antiguas proezas guerreras, literarias, artísticas, religiosas y comerciales.
Sirviéndole de base, sin embargo, se encuentra el primitivo impulso jamás fenecido de la solidaridad de tribu, hasta el cual se puede trazar la línea retrospectiva paso a paso; aquella tendencia informe, inconsciente, instintiva, compartida probablemente por todos los pueblos que hoy alientan en la faz del globo, sea cualquiera su grado de civilización; tendencia común tanto a los hombres de las selvas y a los aborígenes australianos como a los alemanes, franceses e ingleses de la clase más elevada. Pero el hecho de que el nacionalismo sea una manifestación impulsiva del instinto no disminuye en manera alguna el interés y la importancia de su desenvolvimiento histórico. Semejante al instinto sexual, más antiguo aún, y más impulsivo, se manifiesta el nacionalismo en mil formas diversas, y podría sujetarse a un proceso de «sublimación, como se recomienda para el esfuerzo de enmendar y restringir los resultados desmoralizadores de la atracción del sexo.
El patriotismo, el amor de la terra patria o país natal, es una invención reciente. Durante la mayor parte de su existencia ha vagado el hombre sobre la faz de la tierra como un cazador, y mal podía sentir la dulce y permanente atracción del árbol o de la roca que le vió nacer. Heraldos de la emoción territorial fueron las emociones de grupo, de la tribu, casta, familia o agrupación emblemática de cualquier clase, y las peculiaridades que de allí hubieran podido originarse y vivir a su sombra. pesar de que la Agricultura comenzó, diez mil años ha, a detener a los hombres en el mismo lugar hasta que pudiera aprovecharse la cosecha, existían todavía muchas otras razones además del hábito para hacerles continuar su vida aventurera.
Los primeros movimientos de lo que puede llamarse propiamente emoción nacional se encuentran expresados en el Antiguo Testamento. Las doce tribus confederadas de Israel (o por lo menos lo que de ellas había quedado después del destierro) mantenían en Judea y aun en plena dispersión la poderosa y múltiple convicción de intereses comunes, de origen común y de glorioso porvenir. Las ciudades de Grecia y sus colonias, diseminadas como se encontraban, tenían no solamente el patriotismo local sino un sentimiento común de superioridad, y cierta solidaridad teórica indicada por el comprensivo nombre de helenismo. Los escritores romanos hablan mucho del amor patrio. Cicerón declara que de todos los lazos sociales son los más fuertes y los más amados aquellos que nos unen al Estado. Los padres nos son caros, los hijos nos son caros, como lo son también nuestros parientes y amigos; pero la patria encierra por sí sola todo el amor que dedicamos a cada uno de los demás. De officiis. I, XVII, 57. Las obras de los estoicos, de igual modo que ciertos pasajes de los últimos profetas hebreos, nos ofrecen las primeras protestas conscientes contra el patriotismo. La vasta extensión del imperio Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.