Violence

292 EOS EOS 293 sepamos de la vida social de nuestros paleolíticos antecesores sino por inferencias de los salvajes modernos, está bastante justificado presumir que vivían en grupos; pues parece que de otro modo no habrían podido sobrevivir ni fundar los principios de la civilización, acordado que la civilización se produce esencialmente por la existencia de agrupaciones. Por varios otros motivos es también conveniente presumir que aquellos grupos empeñaban entre sí guerras suficientemente continuas y sangrientas para provocar un proceso de selección que con el tiempo hubo de resultar en favor de la supervivencia de ciertos grupos en los cuales el espíritu cooperativo estuviera más acentuado, y en la extinción de los que carecieran de aquellas cualidades que reúnen a los hombres en una empresa común.
Sea como quiera lo que pensemos de la guerra, no veo la posibilidad de desprenderse del hecho fundamental histórico de que todos descendemos de una larga línea de antepasados salvajes que peleaban bien y a quienes agradaba batallar. Las naciones modernas han brotado de los grupos que desarrollaron aquellos rasgos sociales característicos de cooperación y lealtad que decidían el éxito del ataque y la defensa, siendo esto tan esencial como el alimento para su vida y la propagación de su raza. Esta aserción parecerá quizá muy desalentadora a algunos de los lectores; pero es la única manera de expresar que, históricamente, la cooperación guerrera ha desempeñado un papel decisivo en hacer del hombre una especie de animal inclinado por naturaleza a la cómoda y entusiasta organización social.
El hombre es, en consecuencia, un animal belicoso, pero esto no implica que sea por naturaleza un animal pleitista. Como manifestaba últimamente el doctor Federico Woods, el instinto belicoso individual es, desde el punto de vista social, opuesto al rebanego instinto guerrero. El hombre pendenciero que fácilmente se deja arrastrar a la violencia personal pronto será reconocido como una molestia para la comunidad. El temperamento que no se adaptaba al ambiente de los grupos, quedaba de hecho descartado. No podía tolerarse dentro del grupo destrucción diversa de la establecida, so pena de disminuir las probabilidades de victoria de la comunidad en el conflicto futuro con sus vecinos. Creo que esta distinción confortará a muchos que tienen conciencia de su actitud más que conciliadora hacia sus semejantes. Los hombres son ordinariamente pacíficos dentro de su agrupación, o por lo menos no hacen gala de sus instintos belicosos individuales en forma mortífera; pero dejemos despertar el antiguo y hereditario espíritu de cuerpo, y los hombres de mayor cultura correrán a las armas, alentados en su acción por las mujeres de mayor cultura.
La defensa de la propia agrupación es, por consiguiente, instinto humano y no cuestión de educaWoods y Báltzleys War Diminishing. Introducción. EI Profesor Veblen, en «The Instinct of Workmanship. 123, insiste fuertemente en que la antigua idea de que las tribus humanas estaban en los tiempos primitivos empeñadas en guerras continuas no puede comprobarse satisfactoriamente, y que el progreso de la civilización presupone condiciones de paz suficientes para haberlo generado. Por mi parte, me expreso cautelosamente sobre este punto, no deseando exagerar la influencia de la guerra que, después de todo, es solamente un aspecto de nuestra naturaleza rebatiega. Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.