290 EOS EOS 291 timiento tal que daba margen a males sin precedente. Los que han llegado a estimar la guerra como una especie de aberración criminal indigna de nuestra época, no pueden menos que discutir las razones que la nacionalidad ofrece para perpetuar el conflicto armado entre pueblos civilizados. Si la nacionalidad produce la guerra, arguyen ellos, debe ser entonces un sentimiento pernicioso del cual debemos desprendernos en seguida, o modificarlo por lo menos en forma tal que pierda sus horribles rasgos. Mas de otro lado, el espíritu nacional en su forma moderna representa el patriotismo, y se nos ha inculcado desde la infancia que nunca podremos alentarlo demasiado, pues no existe sentimiento más digno de los hombres ni más agradable a Dios que el amor a la patria. Todos los himnos nacionales preconizan esta doctrina.
Nada hay de extraordinario, sin embargo, en el caso de estimular una emoción capaz de producir horribles desastres. El patriotismo es semejante a la religión y al amor a este respecto. Para el ingenuo estudiante de historia los males de la religión son mucho más patentes y fáciles de demostrar, por decir lo menos, que sus buenos resultados. en cuanto al amor, los elogios de San Pablo en el capítulo 13 de su Epístola a los Corintios, podrían refutarse completa y terminantemente por las observaciones prácticas que demuestran que el amor es cruel, lleno de vanagloria, y se busca a sí mismo con el más fútil pretexto; que imagina inmediatamente todo lo malo, soporta muy poco, y se maneja en general de la manera más inconveniente.
El sentimiento nacional es sólo un ejemplo patente de aquellos entusiasmos de cuerpo que se generan espontáneamente tan pronto como el individuo se halla formando parte de cualquiera agrupación. Ya se pertenezca al Instituto Francés, a las Hijas de la Revolución, ya sea uno brequero de una compañía de ferrocarriles o delegado al Congreso Eucarístico, ya dé vivas a Harvard o ascienda a su árbol genealógico, la propia personalidad se expande de la manera más agradable. El pequeño, desconfiado y deseontento «Yo» se convierte en el pomposo y satisfecho «Nosotros. Tan preciosa nos es esta exaltación y dilatación de nuestra vida y proezas individuales que generalmente se pierde el propio discernimiento. Jamás nos preguntamos cuáles son los méritos que nos han permitido ingresar en el grupo, ni qué cosa hacemos para justificar el derecho de apropiarnos el valor de las acciones de los otros compañeros. Compartimos el honor y el deshonor, el éxito y el fracaso, por más alejados que nos encontremos personalmente de las influencias que lo produjeron. El hombre es de temperamento invenciblemente social, y sus anhelos por goces y devoción en comunidad son tan urgentes que nada imagina de naturaleza más noble que sus penas y alegrías de corporación.
La razón de que seamos invenciblemente sociales en nuestras aspiraciones parece ser muy sencilla. Por medio de un proceso que se extiende a millares de millares de años el individuo poco sociable ha sido largamente eliminado por aquello que en biología se conoce como natural selección. En tanto que nada Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.