204 EOS EO 205 «Tener sonrisas que oponer al duelo; rimar canciones si la envidie brama, juzgar edén nuestra parcela humilde, regarla siempre de fecundas ansias, y alli a la sombra de un ideal querido dejar tranquila que florezca el alma. He aquí el arte que deleita y que enseña. Diríase una fresca muchacha que sembrara cantando, mientras las rosas de sus mejillas sonrien a las rosas que el sol va prendiendo a los flotantes cortinajes de la aurora. Mi antigua devoción por ese arte profundamente humano, adormecida un tanto a los arrullos de un amplio eclecticismo, despierta ahora y se exalta frente a las cristalizaciones de su verso profundo. En ese poema suyo encuentra mi corazón el manantial de fresca sabiduría que ha de apagar las iras de los hombres.
Hermano gemelo es de ese otro canto «Anhelo. que yo haría recitar a todos los niños de las escuelas. Anhelo ser cual la serena fuente que va enredando sus canciones gratas entre los lirios de sin par blancura y en los juncares que a sus bordes se hallan, rendida acaso al seductor hechizo del ruiseñor que en la espesura canta. Nunca en oleajes de pasión se riza y en sus cristales con cariño guarda el razo azul del espejado cielo o bien el rayo de la estrella blanca.
Uno, ilusión en el correr constante, otro, la rica floración del alma. Ha estado usted verdaderamente feliz al traducir a tan lindas expresiones un estado de ánimo que, a juzgar por lo que de usted llevo sentido, le es habitual. su vez esa poesia hace el efecto de la fuente tan sencilla y admirablemente descrita, a la cual hubiera usted asomado el rostro para imprimirle una sonrisa. la caricia de su mirada, dando nueva luz al cristal brillante de las aguas, produce los cambiantes que aquí vemos: Llego a este punto de la carta, y en el campamento de trabajo donde escribo, resuena una aleluya interminable. Temo delirar y abro el balcón que da al campo sembrado de cabañas y lleno de racimos de trabajadores en descanso. Frente a mí, varios negros han instalado una mesa. En ella han puesto una lámpara y cantan en torno un himno religioso de su iglesia. El coro de acentos varoniles se alza sobre el pedestal de aquella luz y centenares de voces le contestan desde las puertas de todas las cabañas que van abriéndose como ojos rutilantes en la obscuridad. Ha transcurrido un cuarto de hora, y ya todo el campo está regado por un himno. Voces de hombres, de mujeres y de niños que se enlazan las unas a las otras y suben en una aspiración común al infinito. Parece que la noche cantara: y una gran ave nocturna asustada por el vocerío, con las alas abiertas como brazos, se desploma perpendicularmente sobre el horizonte hacia el cual boga el esquife de la luna nueva. Será que para escuchar aquellos cantos ha lanzado al espacio su ancla el barco de la luna?
El canto sigue extendiéndose por todo el caserío y yo me pongo a seguirlo tratando de adaptar a la solemnidad de aquella música la diáfana sencillez de estas palabras.
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