188 EOS EOS 189 mación de las armas italianas, los austriacos desocupaban una de las pequeñas ciudades fronterizas, y la parte inerme de la población, viejos, niños y mujeres, evitando ser arrastrada en la marcha del extranjero, se apresuraba a escapar, buscando el amparo del ejército reconquistador. Una mujer del pueblo sale, despavorida, de la ciudad, con sus dos niños en los brazos, y en la soledad del campo se orienta, angustiosamente, hacia donde ha visto flamear la tricolor que anuncia la salvadora presencia de la patria. De súbito, la pobre mujer se siente envuelta en el estrépito y el fulgor de la pelea: está entre los fuegos del ejército que avanza y del que se retira. El espanto la mantiene, por un momento, inmóvil y trémula, apretando contra su corazón a los dos niños que lloran.
Pero ve la tricolor que se adelanta; que, como un relámpago irisado, abre aquí y allá las nubes de humo, y cerrando los ojos, corre arrebatadamente hacia ella.
Los soldados de Italia ven aparecer, ante la boca de sus fusiles, aquella trágica visión de la madre abrazada a su viviente tesoro. Continuar el fuego es, probablemente, matarla; suspenderlo es alentar al enemigo, que no se da tregua en el suyo. Una voz de mando, que brota vibrante, como sugerida por inspiración común, resuelve toda vacilación. Cesc el fuego. en tanto que las armas se abaten y dos «bersaglieri» se adelantan a recibir en sus brazos a la mujer que desmaya de cansancio y de angustia, las descargas del enemigo, reanimadas con el inesperado silencio que las contesta, siembran la muerte en aquellas filas que inmoviliza la piedad.
El otro caso es de un chicuelo heroico, de un «niño sublime. Acosado, en campo abierto, un batallón italiano, por los fuegos de la artillería austriaca, había buscado la protección de un alto muro de piedra. De pronto, entre las matas que orillan el camino, ven los parapetados aproximarse, agitando un pañuelo blanco, un niño, un aldeanito harapiento, teñido de sol y de polvo. Le preguntan «qué quiere. Ayudar en lo que pueda, responde. Estoy solo.
Mi padre, mis hermanos, todos han muerto en la guerra. Yo conozco bien este terreno. trepando como un gato sobre el muro, se pone a avizorar, temerario centinela, el campo enemigo a fin de indicar el punto de donde partían sus fuegos y donde convenía tomar para salir de su alcance. Los soldados le instan a que baje de allí. Él, impávido, continúa observando; con palabras y señas trasmite lo que ve. y en el momento en que se dispone a bajar y cien brazos impacientes se tienden para ayudarle, una bala hace pedazos la inocente cabecita, y el cuerpo ensangrentado rueda al pie del muro, entre un irrefrenable grito de compasión y de dolor.
No se sabe su nombre. No queda de él más que del pájaro abatido de la rama por el golpe del granizo. Glorifiquémosle dentro de la advocación simbólica del Gravoche de Victor Hugo.
senda por JOSÉ ENRIQUE RODÓ PT INTERESANTE material el próximo número La complicación más grave de las enfermedades reside en las personas que rodean al enfermo.
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