IOO EOS EOS IOI cientemente ha querido dar, yo lo aprecio también; y si no lo apreciara, incapaz seria de pretender haber encontrado un defecto en lo que podría ser, a lo sumo, una originalidad de su audición.
Desde luego la crítica no es ya la función augusta que antes era, regulada por códigos inquebrantables, ni sus conclusiones tienen por qué ser definitivas. Ya una crítica de arte no puede pretender ser otra cosa que una opinión reveladora del gusto y de las predilecciones de quien la emite. Ni más ni menos que la elección que una señorita hace de una cinta entre la infinita variedad de matices, en un almacén de sedería. Quiere usted, entonces, que le diga al oído, lo que en sus versos choca o halaga a mi gusto. Callejones do reina la miseria. escribe usted; y no sé por qué, quizás a fuerza de oir repetir la contracción del donde en infinitos versos para mí detestables, he llegado a crisparme todo cada vez que la encuentro. En general, esas contracciones dan la idea de algo que se comprime violentamente para hacerlo entrar en un molde; y el verso, según lo tengo concebido, no es una vasija repleta de palabras, sino un búcaro que contiene holgados y armoniosos ramilletes de flores.
La descripción de su musa me ha parecido encantadora y fresca. Desde la elección del asonante en eo, tan vigoroso y tan sonoro, hasta las delicadas comparaciones que van pasando a lo largo de las estrofas como pétalos caídos en una corriente cristalina, en toda la composición se revela una admirable facilidad, y lo que es mejor, un acierto. eso que la estrofa final, por lo demás tan redonda y tan bella, me encalabrina un poco. Hay en ella un pero, sí, un pero que me obliga a disertar largamente ante el silencioso auditorio de mis reflexiones. Oh mi musa gentil. Cómo bendigo tantas horas felices que te debo. Quién me diera la mágica varita que operara milagros en tu obsequio!
Pero siempre que intentas transformarte y pretendes salirte de tu centro, dan las doce traidoras y te vuelven otra vez a tu escoba y a tus zuecos.
Ahí está el pero.
Usted anhela poseer, como el hada del cuento inolvidable, la varita cuya virtud pudiera transformar en princesa a su musa humilde, a la Cenicientilla que no sé por qué llama infeliz; acaso tan sólo por llenar un verso. Pero. pero qué? Pero no tiene esa varita, pensaría cualquiera. Usted, sin embargo, relaciona ese pero con otra cosa independiente ya de su anhelo: con el intento de transformación que supone en su musa.
No sé si hay falta de comprensión de mi parte, pero isabe en qué forma me parece que resultaría mejor el sentido del verso?
En ésta: iQuién me diera la mágica varita que operara milagros en tu obsequio!
Pero no, que al querer transfigurarte, al pretender sacarte de tu centro, dan las doce traidoras y te quedas otra vez con tu escoba y con tus zuecos.
Con lo cual, desde luego, gana su risueña musa lo indecible; pues frustrándose de tal modo la realización Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.