382 EOS EOS 383 VA cesco Paolo Tosti, el blondo Apolo Musageta, guiaba el coro entre los vastos olivos argenteos que ondeaban tranquilos entre el azul del cielo y el azul del mar.
En Roma, reuníanse los amigos, hacia el año 1883, que Annunzio llama inolvidable, en una peña de la que Tosti era el alma, pequeño cenáculo de artistas que tenía sus mesas er un rincón apartado del café de Roma y su cuartel general en cierto misterioso piso de la Vía de Prefetti. En él «cuando estaba en vena, hacía música durante horas y horas, sin cansarse, olvidándose ante el piano, improvisando a veces con un ardor y una felicidad de inspiración verdaderamente singulares. Los otros le oían tumbados en el diván o por los suelos «presa de esa especie de embriaguez espiritual que produce la música en un lugar recogido y quieto.
Tosti, que había nacido en Otona a Mare en 1846 y estudiado con Saverio Mercadante en el Conservatorio de Nápoles, había ejercido de maestro de capilla en varias ciudades italianas antes de ir a Roma. Ya en la capital, dividió su tiempo entre la alegre camaradería con artistas y literatos y la música; pronto sus romanzas le hicieron célebre. Se trasladó más tarde a Londres, y el éxito no le abandonó allí; fué amigo de Eduardo VII, que le dió el título de «baronęt. hizo fortuna. Muerto el rey, volvió a Italia, siempre decidor y juvenil, como le muestran sus retratos últimos, a pesar de sus blancas barbas.
Añadamos que en Londres fué Francesco Paolo Tosti profesor de música de la princesa Victoria Eugenia de Battenberg, hoy nuestra graciosa soberana.
De España lo hemos dicho cien veces, y lo creemos cada vez más; no se puede ganar nada grande sin tener razón. Las guerras y todo lo trascendental creemos que hasta lo nimio se pierden por no tener razón. Tiempo empleado, ciencia, paciencia, cañones, hombres que parecen grandes, todo se vuelve polvo vil, todo se vuelve errores por no haberse fundamentado sobre la más profunda de las ciencias, que es la justicia.
Aunque toda la sabiduría de una nación trabaje sin cesar para que toda la vida nacional progrese, desde las escuelas hasta las fábricas; aunque haga o parezca hacer milagros esa sabiduría, siempre que lo haga para hacer coincidir todo el progreso en crear fuerza conquistadora militar, es realmente trabajar para la ruina y no para la grandeza. Tienen que tener mucho cuidado los grandes directores de nación, que casi se enloquecen con la grandeza de las suyas; tienen que tener cuidado con estas dos cosas: no exaltar demasiado el patriotismo, no llegar a creer que se sabe todo. Es peligroso decir a los individuos de una nación que primero es la patria que todo, que no hay mala acción para el individuo con tal de que sea en beneficio de la patria; porque si los ciudadanos corrompen su corazón por servir a la patria, los directores de ella no podrán, a lo último, hacer una patria grande con ciudadanos arruinados de espíritu. Si un hombre no mira por si moralmente, primero que por la patria, no puede haber patria grande. La nación tiene que decirle al hombre. Ciudadano, si quieres que nuestra patria sea grande, sé bueno. Todo lo demás, todo eso de que hay que ser fuerte, de que Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.