332 EOS EOS 333 familia en nombre de Dios y bendecir y beber el vino en honor del Padre, es decir, mantener el cuerpo bebiendo y comiendo para Dios, es el verdadero culto de Dios.
Pero aun cuando con esta santa sencillez Jesús elevóse sobre las agitaciones religiosas de su tiempo, sin embargo tomó parte en los sacrificios, predicó en los templos, cumplió la ley, en cuanto todo esto no se oponía a la razón, y propagó el buen espíritu allí donde sólo dominaba el culto a la letra muerta. esto, a este reino nuevo y verdaderamente interesante, llamó el reino de Dios. Aquí, por cierto, acaba la sonrisa de las religiones. No porque Jesús las aboliera, sino porque las cumplió, porque ellas sienten que Él las sobrepujó en su sencillez. Por lo demás, nosotros no tenemos otro camino frente a los poderes eclesiásticos que el camino de Jesús.
Ni se trata aquí de una profesión de fe, sino de comprender sencillamente la vida actual. Las gentes pueden pensar de Jesús lo que quieran; pero todos los partidos, incluso los ateos, están conformes en un punto: que Jesús significa en la historia una doctrina que por su poderosa sencillez nos enseña lo que debe ser un hombre honrado. No pensó ser fundador de religiones, ni lo fué, sino la representación del verdadero hombre, y como el verdadero hombre es tan difícil encontrarlo, tanto entre los contemporáneos como entre los antepasados, por esto su figura es tan asombrosa como interesante.
Pues el verdadero hombre es a la vez el reino de Dios.
Este conocimiento de la verdadera humanidad comienza a alborear en el hombre moderno sobre todo. Nosotros podemos mantenernos libres frente a todas las manifestaciones religiosas de nuestros tiempos y ser hombres libres ante Dios, el padre de todos los hombres. tanto mejor podremos confiar en lo eclesiástico aun cuando no pertenezcamos a ninguna confesión religiosa determinada.
Al contraer matrimonio, obedecemos a la costumbre, a una tradición secular, a algo que se ha formado y mantenido históricamente. Justo, por tanto, que en la ceremonia aceptemos las costumbres que imperan en una determinada sociedad.
Otra cosa sería, sí, en el caso en que los poderes eclesiásticos creasen desconsideradas dificultades y obstáculos. Si los obstáculos parten de ellos, entonces debemos sonreir y pasarnos sin ellos. Pero no deben partir de nosotros, los hijos del nuevo siglo.
La pertinacia delata siempre una cierta estrechez de espíritu. El que no es pobre de espiritu cederá fácilmente. Por esto la regla debe ser matrimonio civil y matrimonio religioso.
Cuando llegue a ser costumbre prescindir de la Iglesia en el matrimonio, también podremos celebrar un perfecto matrimonio sin las ceremonias civiles.
Hasta entonces, sin embargo, queda mucho que andar.
Me he llegado a preguntar si es lícito hacer del instinto sexual y de sus manifestaciones el eje y centro de la moralidad. La moralidad es algo más amplio que la pureza sexual. Es la verdad humana.
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