EOS 189 188 EOS Poesia, belleza, sentimiento, en la puesta del sol iba buscando.
Mas fui a dar, sin quererlo, entre los muertos.
Doquiera calma, soledad, belleza.
Sólo turbaban el cabal silencio, trabajando a mi lado una ancha fosa, dos peones. Ya vienen uno de ellos dijo; y al punto levanté la frente y busqué con los ojos el cortejo. Cuántas horas de angustia y de zozobra!
De dolor ¡cuánta lágrima vertida mientras la muerte consumaba su obra. Sin remedio su mal a qué decirlas?
Le alisaba tranquila los viscosos y rebeldes cabellos de las sienes; estudiaba con ojos amorosos, intentando grabarlos en su mente, los menores detalles: de la frente a la boca entreabierta, al pie desnudo, a la mano huesosa. Indiferente a todo cuanto había al lado suyo.
Terminaron los hombres su tarea.
Llegó el momento culminante, horrible, del que no pueden, no, formarse idea quienes completos sus hogares miren, Paseo en derredor la vista ansiosa.
Desató de los hombros su pañuelo, la cabeza envolvióle cuidadosa y entrególo a los dos sepultureros. Cómo en el pecho el corazón me salta!
Tenéis alma, decid, y sentimientos?
Pues suplid la elocuencia que me falta, y poned colorido a lo que os cuento: Con paso breve, vacilante y tardo, por entre tumbas, jadeante y sola, doblada al peso de querido fardo, una anciana llegóse. Qué congoja!
Yo no he visto jamás tal desventura.
No he soñado jamás tanta miseria: Cuatro harapos, su rara vestidura; zapatotes enormes y sin medias: Por los hombros, un algo que fué paño; en confuso desorden cuatro canas; afilada nariz, un gesto extraño, mil arrugas con ojos, tal su cara.
Ni una lágrima sola, ni una queja que su pena terrible delatara.
Como a dormido chiquitin se deja, posó en el suelo su preciosa carga.
De seis años talvez. su nieto acaso que al nacer encontrose huerfanito.
Fue crecido no hay duda en su regazo; por la muerte en sus brazos sorprendido.
Lo miró reposar en aquel lecho caerle joh infamia! las primeras os paladas bañando rostro y pecho. No era mucho exigir de su entereza?
Tendió la mano en ademán hostil.
Luego, apenada de su intento vano, dió rienda suelta a su dolor senil ocultando la faz en los harapos.
Yo miraba caer una tras una las paladas cubriendo el muertecito. beber amargura había salido?
murmurando a mi vez de mi fortuna: