158 EOS EOS 159 mo en los folletines entonces, y ahora en las películas melodramáticas. Aquello era algo fatal e irremediable. tranquilo, sereno, mientras su casa quedaba reducida a cenizas, Poincaré pronunció uno de sus más célebres discursos con la concisión, la claridad, la serenidad y el reposo tribunicios, tan característicos del Presidente de la República Francesa.
Presagio de los futuros días trágicos fué este episodio. Apenas hacía un año que presidía los destinos de la nación cuando la guerra la incendio, y Poincaré, este hombre de la tranquila dignidad, de la energía sin desfallecimientos, de la alta lealtad con sus propios ideales y del espíritu luminoso, dió la norma a Francia de su renovación serena y confiada.
La Francia de 1914 republicana, que opone frente a la Francia de 1870 imperialista, la figura de Poincaré a la figura de Napoleon III. Poincaré además de representar el espíritu actual de Francia, señala especialmente la afirmación decisiva de la mesocracia francesa. Es, en efecto, la clase media la que ahora ha salvado a Francia. Los hombres de ciencia, los oficinistas, los comerciantes, los escritores, los artistas, son los que han acudido graves y sin algarerías al fondo de las trincheras. Cumplen su deber, como aconseja Joffre el silencioso, y ofrecen las manos y el corazón antes que el cerebro que les había libertado de las suicidas creencias bélicas y de las perversas molicies.
JOSÈ FRANCÉS os muertos descansan en paz, pero para el dolor de sus madres no hay alivio. Otros pueden olvidar: una madre nunca olvida. Las madres arrastran su dolor hasta la tumba. Para la madre que ha perdido al hijo de sus entrañas, la vida es un perpetuo, lacerante recuerdo que su pena se complace en avivar, contemplando una guedeja de cabellos rubios, una colección de fotografías, una gorra de colegial, trajes, juguetes, y, en fin, todas las múltiples reliquias que una vida deja siempre detrás de si. Y, sin embargo, las madres británicas no vacilan ni se quejan. Se despiden de sus hijos con la sonrisa en los labios, y con una resolución en el gesto que a veces llega a parecer indiferencia.
Cuando lo previsto ocurre, alzan el rostro y miran frente a frente la soledad de sus futuras vidas, sin el más leve asomo de pesar o de remordimiento. No hace muchos días que en la Lista de Honor aparecieron los nombres de dos hermanos: el uno soldado, el otro marinero. El soldado había sacrificado su vida a la patria en los campos de Francia; el marinero había muerto luchando en el Mar del Norte. Acaso puede haber sacrificio comparable al de la madre de estos dos héroes?
Ante tanta abnegación, lo más que puede hacer un hombre es postrarse de hinojos, como prueba de humilde reverencia y profunda gratitud que no es posible expresar con las palabras. Sólo una causa pura y noble puede santificar tamaño sacrificio. Las madres no habrán sufrido en vano, si su dolor sirve para redimir a la humanidad. Ojalá que sus an