EOS 133 132 EOS rría, Isaza, Laserna, Loaiza, Londoño, Marín, Mondragón, Múnera, Posada, Upegui, Uribe y varios otros.
Lo mismo se comprueba por el lenguaje, muy semejante al de algunas regiones boreales de España, como lo habrá usted observado al leer, por ejemplo, los lindos cuentos de Trueba, que parecen por momentos.
escritos en Antioquia: allí campean términos, frases, modismos y refranes que todavía custodia con toda su viveza y hermosura el habla de mi tierra. Otro tanto convencen las analogías de hábitos y costumbres, las cuales hacen muy probable el parentesco de muchos antioqueños con los cántabros de España. Entre esas analogias son de notar la sencillez de la familia, la laboriosidad y el aseo, el uso de apodos y diminutivos, la división de la propiedad en suertes pequeñas muy bien cultivadas, el cuidado de las fuentes, árboles y flores, la religiosidad y el respeto a las personas y cosas sagradas, la división del trabajo observada en la vida doméstica, la inclinación a andar tierras en busca de mejor fortuna, y la afición al alcohol, no como elemento de la alimentación cotidiana, sino como excitante pernicioso muchas veces.
El suelo también parece que ha contribuído a modelar la indole de la población con todos sus influjos.
De ese suelo tan áspero, variado y pintoresco, proviene la robustez orgánica, debida quizá a la frecuencia del subir y bajar por las «veredas amarillas que serpean en las azules montañas. movimiento que con la variedad de la temperatura suple la falta de estaciones climatéricas. De la misma causa resulta la buena salud del antioqueño y la ausencia de ciertas enfermedades comunes en otras partes, lo que puede provenir de la pureza del aire y aun de las condiciones minerales y de la tierra. El espíritu de aislamiento es también consecuencia de la vida en las montañas, pues en ellas se siente el hombre más independiente de los demás y como secuestrado del trato fastidioso, por la diferencia de nivel. Asimismo produce la habitación en las alturas el amor al terruño, por lo cual el antioqueño suele dar a la palabra «patria» un sentido municipal en ocasiones, que es el mismo que se lee en el Evangelio, o el que usaba Jovellanos al encargar a un amigo que plantase hermosas saucedas en su «patria»Gijón o el que empleaba el Gobernador Sancho Panza al llamar «dulce patria» a su pobre aldea cuando regresaba del Gobierno de la insula Barataria. Ese mismo amor al suelo, distribuído y sumado en los corazones, prorrumpe en expresiones patrióticas, exageradas a veces, pero en el fondo enérgicas y nobles, haciendo que el ciudadano antioqueño hable, bien de su tierra con satisfacción y vanagloria, sea allí mismo, sea en sus peregrinaciones, pues suele avecindarse en el Oeste de los Estados Unidos, lo mismo que en la capital de China, o en Constantinopla, o en la Nueva Zelandia.
Las influencias topográficas sobre la parte moral de los pueblos es asunto que han notado todos los escritores de ciencia social, desde Hipócrates hasta Montesquieu. Respecto de las montañas de Antioquia y del carácter de su población podemos citar las opiniones de nuestro Ancízar, quien al respirar en sus viajes científicos los aires embalsamados de Simijaca, anotaba cuánto aman la altura las razas de ambos hemisferios; las observaciones del sabio maestro Enrique Flórez