68 EOS EOS 69 El deseo de cambiar de nacionalidad que un hombre manifestaba, aceptábase antes como prueba de su buena fe en la manifestación de tal deseo. La guerra ha venido a demostrar lo contrario en todas partes.
Lo mismo en Suiza que en los Estados Unidos ha revelado un estado de cosas alarmante. El descubrimiento de la flojedad del lazo de naturalización con el país adoptivo, aun pasadas dos o tres generaciones, llena de estupor. Las más de las veces, la asimilación del extranjero no es más que «a flor de piel. El pasaporte no es más que un «santo y seña»
con el cual se pueden saltar las vallas que limitan lealtades más fundamentales; la nueva bandera le sirve a un hombre para esconder entre sus pliegues la bomba o el revólver, cuando no es máscara de traición y cínica felonía. Para los Estados Unidos esta quiebra de la naturalización viene a significar una crisis nacional de gravísimo carácter. Se ha revelado con ello una depresión del sentimiento nacional, porque, tras un sentimentalismo invertebrado y un descarado mercantilismo, quien habla es la voz de la Sangre, toda una oleada de obscuros instintos nacionales que tiende hacia una potencia situada en el extranjero.
En cuanto a las relaciones generales que había establecido el internacionalismo de la cultura, tales como el cambio de profesores, conferencias, congresos científicos, todo ello pertenece al pasado. Por cuánto tiempo, Dios lo sabe. Culpa es de todos los países, sin duda; pero, como ciudadano de un país no beligerante, me será permitido afirmar que la parte correspondiente a la propaganda desenfrenada de Alemania por los universitarios de este país, es, para lo porvenir, más desalentadora que otra cualquiera manifestación nacional de intolerancia internacional.
Revela, efectivamente, en Alemania, la sumisión de los intelectuales si no a las órdenes por lo menos a las exigencias del militarismo. Sus hombres definen en términos dinásticos, militaristas y exclusivamente sociales lo que uno de ellos, Eucken, ha llamado el «contenido espiritual de la vida. der geistige Lebensinhalt) y concuerdan en afirmar que el ideal germánico se distingue de cualquiea otro ideal en que «todo individuo tiene que anularse ante el desarrollo del Estado. Un sistema de moralidad que se pone más allá del bien y del mal; que no da más que un mero valor instrumental a la firma; que niega, en la práctica, por mar y por tierra, esa «moral de esclavos» que se llama espíritu caballeresco, por medio del asesinato de criaturas dormidas y mujeres que van a vender sus géneros al mercado; que ejercita la voluntad de poderío» quemando los manuscritos de la biblioteca de Lovaina y entregándose con persistencia, por meses enteros, a la interesante labor de decapitar las estatuas de la catedral de Reims; esa moral no puede hallar quien la practique más que en un pueblo educado por las filosofias de un Hegel y de un Nietzsche, y de cuya instrucción se han encargado los sucesores de todos estos filósofos, tales como los Harnack, los Wundt y los Eucken. Puede un profesor alemán creer sinceramente que su kultur merece ser defendida, y aun que la Casa Real de Prusia representa valores eternos que consagran la manera que tiene