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ciones que el de Chile tenia presentadas hacia varios mePor último, las campañas de los submarinos y de los zepelines, la destrucción de vidas inocentes, la muerte de centenares de civiles, de ancianos, mujeres y niños que viajaban en barcos mercantes o que dormían en sus habitaciones en ciudades abiertas a gran distancia del teatro de la guerra, acabaron de indignar a la opinión chilena. El caso del Lusitana fué condenado unánimemente, por toda la prensa sin excepción, y así lo han sido las repeticiones de aquel hecho.
Al cabo de año y medio de guerra se pueden definir con más precisión los puntos acerca de los cuales la mayoría de los chilenos parece haber llegado a un acuerdo.
La mayoria del pueblo de Chile reconoce que hay razones jurídicas en el interés de la civilización y de la humanidad, en defensa de los principios constitutivos de todas las democracias, y a fin de salvar de la destrucción la civilización latina a la cual pertenecemos, para desear el triunfo de los Aliados y la supresión definitiva del militarismo alemán.
Se ha formado conciencia acerca de algunos puntos fundamentales que podrian resumirse de esta manera: Que Alemania provocó esta guerra cuando lo creyó conveniente, después de haber preparado a su pueblo en una labor de más de cuarenta años por medio de una educación y organización cuyo único objetivo era agredir a Europa con propósitos de conquista. Que una mentalidad semejante capaz de someter toda la existencia de un pueblo a un fin de agresión y conquista pugna contra las nociones modernas de libertad, de fraternidad humana y de progreso moral. Que el triunfo de una nación en la cual se proclama la necesidad militar como única razón para violar los tratados, se establece la fuerza como única fuente de autoridad, y se niegan a las nacionalidades sus libertades esenciales, seria el mayor peligro que podrían correr las democracias modernas y todos los principios a cuyo impulso se hizo la independencia americana. Que los métodos de guerra preconizados por los escritores alemanes, sancionados en sus reglamentos, y aplicados en las campañas de 1914 15 son contrarios a las nociones de humanidad que el cristianismo difundió en el mundo y violan las convenciones adoptadas entre los pueblos civilizados para hacer que la guerra pierda los caracteres de inútil y bárbara crueldad que tenía en las edades primitivas. Que existe en el fondo de esta lucha el conflicto entre las dos tendencias filosóficas y políticas que se han disputado el dominio de los pueblos y la inspiración de sus movimientos: una que se basa en la fuerza y otra en el derecho, una en la libertad y otra en la sujeción, una en la fraternidad y otra en los odios cultivados como un principio sagrado y casi mistico.
No creo equivocarme al decir que sobre estas cuestiones fundamentales la opinión chilena está de acuerdo.
Es decir, lo está la abrumadora mayoría, sin que falten gentes que piensen de diversa manera.
En todos los países existen los admiradores de la fuerza y de sus éxitos transitorios, cualquiera que sea su significado moral. Hay elementos flotantes en distintas clases de la sociedad para quienes la invasión, la destrucción de ciudades y de vidas aparece como una señal de superioridad. La filosofia simplista del hombre de la caverna tiene todavia partidarios.
No faltan en Chile personas que no han perdido su admiración por lo que se llama la organización alemana y el poder galvanizador de sus métodos. No todos se dan el trabajo de examinar los resultados que produce esa tan decantaua organización cuando se la aplica al servicio exclusivo de la fuerza brutal y de una ambición que no reconoce barreras morales.
Acaso el mayor número de los amigos que todavia cuenta en Chile la causa alemana se hallaria entre el clero y ciertos grupos de católicos militantes. No por cierto entre los más cultos y mejor informados.
En el comienzo de la guerra muchos miembros del cleto chileno sufrieron la misma perturbación de criterio en que aún permanece el clero español: creyeron que en esta guerra el Imperio Germánico era una especie de agente