AnarchismBakunin

306 EOS EOS 307 pasos, se detuvieron. La brisa de la noche tomaba una frialdad invernal al deslizarse por el interior de la construcción. La bóveda recortaba las aristas de sus extremos sobre el difuso azul del espacio. Instintivamente volvieron los tres la cabeza para lanzar una mirada a los Campos Elíseos que habían dejado atrás. Sólo vieron un río de sombra, en el que flotaban rosarios de estrellas rojas, entre dos largas escarpaduras negras formadas por los edificios. Pero estaban familiarizados con el panorama, y creyeron contemplar en la obscuridad, sin ningún esfuerzo, la majestuosa pendiente de la Avenida, la doble fila de de palacios, la plaza de la Concordia en el fondo con su aguja egipcia, las arboledas de las Tullerías. Esto es hermoso dijo Tchernoff que veía algo más que sombras. Toda una civilización que ama la paz y la dulzura de la vida, ha pasado por aquí.
Un recuerdo enterneció al ruso. Muchas tardes, después del almuerzo, había encontrado en aquel mismo lugar a un hombre robusto, cuadrado, de barba rubia y ojos bondadosos. Parecía un gigante detenido en mitad de su crecimiento. Un perro le acompañaba. Era Jaurés, su amigo Jaurés, que antes de ir a la Cámara daba un paseo hasta el Arco, desde su casa de Passy. Le gustaba situarse donde nos hallamos en este momento. Contemplaba las avenidas, los jardines lejanos, todo el París que se ofrece a la admiración desde esta altura. me decía conmovido. Esto es magnífico. Una de las perspectivas más hermosas que pueden encontrarse en el mundo. Pobre Jaurès!
El ruso, por una asociación de ideas, evocaba la imagen de su compatriota Miguel Bakounine, otro revolucionario, el padre del anarquismo, llorando de emoción en un concierto, luego de oír la sinfonía con coros de Beethoven, dirigida por un joven, amigo suyo, que se llamaba Ricardo Wágner. Cuando venga nuestra revolución gritaba estrechando la mano del maestro y perezca lo existente, habrá que salvar esto a toda costa. Tchernoff se arrancó a sus recuerdos para mirar en torno y decir con tristeza. Ellos han pasado por aquí.
Cada vez que atravesaba el Arco, la misma imagen surgía en su memoria! Ellos eran miles de cascos brillando al sol; miles de gruesas botas levantándose con mecánica rigidez todas a un tiempo; las trompetas cortas, los pífanos, los tamborcillos planos, conmoviendo el augusto silencio de la piedra; la marcha guerrera de Lohengrin sonando en las avenidas desiertas ante las casas cerradas.
El, que era un extranjero, se sentía atraído por este monumento, con la atracción de los edificios venerables que guardan la gloria de los ascendientes. No quería saber quién lo había creado. Los hombres construyen, creyendo solidificar una idea inmediata que halaga su orgullo. Luego sobreviene la humanidad de más amplia visión, que cambia el significado de la obra y la engrandece, despojándola de su primitivo egoísmo. Las estatuas griegas, modelos de suprema belleza, habían sido en su origen simples imágenes de santuario regaladas por la piedad de las devotas de aquellos tiempos. Al Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.