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266 EOS EOS 267 El día en que habló a los generales, talvez cometió una imprudencia.
Su aparición, a nosotros, los niños, nos sorprendió mucho. En cuanto al viejo sacerdote, había experimentado en su vida una cantidad de proscripción suficiente para que no le causara admiración.
Mi madre nos recomendó el silencio que guardan los niños tan religiosamente. partir de esta fecha, el desconocido dejó de ser misterioso en la casa. qué la continuación del misterio después de haberse presentado? El comía en la mesa con nosotros, paseaba por el jardín, labraba la tierra con el jardinero y nos daba consejos; él añadía sus lecciones a las del viejo sacerdote; pero tenía una manera de cogerme en brazos, que a veces me daba risa y otras miedo; me levantaba en el aire cuanto sus brazos se lo permitían, y me bajaba luego hasta el suelo. Había llegado a adquirir esa confianza que tienen los proscriptos que permanecen escondidos durante mucho tiempo.
No salía nunca; estaba contento; pero mi madre estaba inquieta, no obstante que podía confiar en nuestra fidelidad.
Lahorie era un hombre sencillo, dulce, austero, envejecido antes de tiempo; sabía que tenía el grave heroísmo propio de los literatos.
Una cierta concisión en el valor distingue al hombre que llena el deber, del que representa un papel: el primero es Phoción, el segundo Murat. Había algo de Phoción en Lahorie.
Nosotros, los niños, nada sabíamos de él, sino que era mi padrino. El me había visto nacer, y había dicho a mi padre. Hugo es un nombre que procede del Norte; es preciso dulcificarlo por otro del Mediodía, y completar el germano por el romano. me dió el nombre de Víctor, que era el suyo.
En cuanto a su apellido, yo lo ignoraba. Mi madre le llamaba General; yo le llamaba mi padrino.
Habitaba siempre en el pabellón del jardín, importándole muy poco la lluvia y la nieve, que en invierno penetraba por las ventanas de las vidrieras. Tenía en la capilla su campamento y detrás del altar su cama de campaña, con sus pistolas en un rincón y un Tácito que me explicaba.
Me acordaré siempre del día en que me hizo sentar sobre sus rodillas y por primera vez, abriendo aquel Tácito que tenía en octavo y encuadernado en pergamino, edición Nerhau, me leyó estas líneas: Urbem Romam a principio reges habuere.
Interrumpiéndose murmuró a media voz. Si Roma hubiese conservado sus reyes, no hubiera sido Roma. volviéndose a mirarme otra vez, me dijo con ternura. Niño, ante todo la libertad.
Un dia desapareció de la casa.
Yo ignoraba entonces por qué; sobrevinieron grandes acontecimientos. Moscow, Beresina; un principio de sombra terrible.
Nosotros fuimos a España a reunirnos con mi padre.
Más tarde regresamos a los Fuldenses. Una tarde de octubre de 1812, yo pasaba, cogido de la mano de mi madre, por delante de una iglesia.
Veíase un gran cartel blanco colocado sobre una de Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.