France

Sos buenos pensadores Dos pajarillos Es preciso decirlo muy alto: el origen de nuestra prosperidad, en lo que tiene de más digno, es un triunfo magnífico del genio civilizador de Francia. Su luz ha iluminado y embellecido nuestro amanecer. Sí, por las ideas grandes, por las obras generosas y fecundas, el genio francés es una obra siempre renaciente.
ENRIQUE LARRETA intelectual con Francia y le hemos retornado en simpatía vehemente esta inmensa irradiación de afinidad que constituye la esencia, la fuerza y el encanto del espíritu francés. Nosotros vemos en el pabellón tricolor de Valmy y de Jemmappes, el símbolo del más poderoso ensayo de civilización humanitaria, liberal y generosa que se haya asp rado a realizar en el mundo desde la Roma de los Antoninos.
ENRIQUE RODÓ NTE el horror de los bárbaros que osan blandir la lanza contra nuestra divina Lutecia, hemos roto contra el agresor; y para demostrar que la ruptura es definitiva, hemos hecho un sacrificio doloroso: le hemos torcido el cuello al cisne de Lohengrin.
RUBÉN DARÍO or la sangre somos de origen español; pero por el pensamiento somos hijos de Francia.
JUSTO SIERRA Una noche, penetraba a la Estación de una de nuestras ciudades del Sur un tren de refugiados belgas.
Los pobres mártires, extenuados y doloridos, descendieron lentamente, uno por uno, para ser recogidos en pais desco nocido por almas francesas caritativas que les esperaban.
Llevando consigo algunas prendas tomadas al azar, habian subido a aquel tren sin preocuparse siquiera de averiguar hacia dónde les conducia. Lo importante era huir precipitadamente del horror, del fuego y de la muerte, de las indecibles mutilaciones, de todo aquello que ya no pare cía posible sobre la tierra, pero que, sin embargo, incubaba aún en cerebros humanos y que repentinamente se arrojaba sobre su país y sobre el nuestro, como vómito fina!
de las barbaries primitivas.
Venian muchos niños cuyos padres se habían perdido en medio de los incendios o de las batallas. Llegaban asimismo viejecitas, ahora ya. solas en el mundo, que habian huido sin saber de fijo por qué. La vida no tenia ya para ellas atractivo, pero un obscuro instinto de conservación las había empujado. Sus rostros carecían de expresión, ni siquiera parecian desesperadas: cuerpos sin alma, cerebros sin ideas.
Perdidos en medio de aquella lamentable multitud, dos niños, muy pequeñitos, al parecer hermanos, iban de la mano: el mayor, que tenia tal vez cinco años, protegia al otro, que podria tener tres. Nadie los reclamaba, nadie los conocia. Cómo habian logrado comprender, por si solos, que también ellos debian subir en aquel tren para no morir? Sus trajecitos estaban bien llevaban buenas medias de lana. Se adivinaba que venian de padres modestos pero cuidadosos; sin duda eran hijos de alguno de esos Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.