186 EOS EOS 187 se ha dicho ya, hace sombra a su autor y por la misma razón a las demás que brotaron de su pluma, aun cuando todas estén marcadas con el sello del genio. Entre éstas puede citarse más de una, como las Novelas Ejemplares, que bastaria para que su nombre hubiese pasado a la posteridad con los de los más ilustres escritores de su tiempo.
El vigor y la frescura juvenil del cerebro de Cervantes fueron verdaderamente extraordinarios y aggtarlos no pudo ni el parto prodigioso del Quijote. De la mano que con tanto denuedo habia empuñado la espada en Lepanto, no cayó hasta el postrer aliento la pluma que escribió un libro que será leido mientras existan hombres sobre la tierra.
renzo.
RICARDO FERNÁNDEZ GUARDIA De La Información, 23 de Abril de 1916.
De su vida erótica sólo ha trascendido el nombre sonoro y poético de la mujer que le inspiró el mayor de sus amores, de la madre de su única hija doña Isabel de Saavedra. Ana Franca se llamaba la Dulcinea de Cervantes: pero más afortunado en esto que el rendido caballero de los Leones, logró ver correspondida su pasión.
Bendigamos la memoria de Ana Franca por haber amado a Cervantes; bendigamos a la mujer en cuyo regazo cariñoso reclinó su frente cargada de genio y de pesares; a la mujer desinteresada a quien debió los goces de la paternidad. Quienquiera que fuese Ana Franca, el amor de Cervantes la inmortaliza, como el de don Quijote ha hecho imperecedera a la pobre aldeana Aldonza LoPero no es creible que Cervantes se enamorase fan hondamente de una mujer vulgar. Antes bien hemos de suponer que Ana Franca era discreta, soñadora y tierna, capaz de comprender al hombre que con tanta fineza la amaba y de estimarlo en lo que valia. Séanos también permitido imaginar que era bella, que sus ojos eran negros y amorosos, su talle esbelto, sus cabellos abundantes y sus manos idealmente finas, como las de la dama desconocida que pintó Pantoja de la Cruz.
Ana Franca no vivió lo bastante para gozar del triunfo de Cervantes. Los dias de gloria habían llegado para éste en la vejez pero no asi los de felicidad. Lo abrumaba siempre la pobreza, y a los sinsabores domésticos se añadia la malevolencia de los envidiosos. Pero nada lo mortifico tanto como la supercheria del Quijote de Avellaneda, cuyo autor anónimo tuvo la vileza de insultar soezmente al heroico soldado de Lepanto. Cervantes era ya un anciano de sesenta y seis años y acreedor, por mil titulos, al respeto universal. El villano que de tal modo lo injurió hizo bien en ocultar su nombre librándose asi de que la posteridad lo clavase en la picota de los malvados. La venganza de Cervantes fue digna de su grandeza. Se apresuró a dar a la estampa la segunda parte de su Quijote, que vino a superar lo que parecia insuperable.
Es tan colosal la obra maestra de Cervantes que, como Germani ad praedam. La frase de Tácito conserva todo su valor. El alemán, si en la paz no alcanza lo qne desea, lo busca por la guerra, empeñado siempre en vencer.
Soberbio, es hoy en España el epiteto más honroso. Como que se llama soberbia al sentimiento de la propia dignidad, sin el cual no cabe el sentimiento de la dignidad ajena.
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