176 EOS EOS 177 por más que reconoce que «más alcanzan con Dies dos docenas de disciplinas que dos mil lanzadas, ora las den a gigantes, ora a vestigioso a endriagos. patente es la marrulieria con que tra el asunto de los azotes del desencanto de Dulcinea, Paréceme, y no lo afirmo categoricamente porque prefiero que el lector lo afirme o lo niegue por cuenta y responsabilidad propias, que la división de los hombres en idealistas y realistas es uno de tantos convencionalismos corrientes; y tal vez no sea forzar demasiado el pensamiento de Cervantes, ver en los pasajes citados el intento de demostrar que si idealista quiere decir hombre separarlo de la redli lad por la imaginación, y realista, el utilitario que se atiene exclusivamente a lo prát co y positivo, uno y otro son utilitarios que desconocen la realidad y quieren acomodarla a sus deseos y aspiraciones; cada uno por su parte es idealista y realista en una pieza, porque ambos, por ilustrados y experimentados que puedan ser, son aún ignorantes respecto de la extensión del propio ser, y más aún de la del medio natural en que nacen, viven y mueren; siendo en esto lo cierto, que hay hombres cuya mentalidad está dominada por la inteligencia y dan a los más a duos problemas apariencia de solución, y otros que sólo piensan en las necesidades inferiores, sin que a ninguno de los dos les salga la cuenta.
Forzado a volver al tema de las interpretaciones, encuentro este pensamiento de Echegaray enunciado en su discurso de recepción en la Academia Española. No se propuso Cervantes, según ciertos cr ti os, pintar el eterno conflicto entre la realidad impura y el soñado idealismo; ni es de creer que sobre preconcebidos planes de profundos problemas trazase las inmortales páginas del Quijote; pero lo que él acaso no se propuso, resultó por sublimes caprichos de la inspiración; que grandes obras, sin un alma grande que las inspire, no existen: lo que si concedo es que en la generación artística, como en toda generación, lo ajeno a la voluntad entra por mucho, y que quien pone en apreturas de alumbramiento a un monte, engendra un ratoncillo, y a veces sin más pretensiones que el placer de unos instantes se engendra un genios. cuyo pensamiento contestó en el mismo acto Castelar con este otro. Lo sumo del arte se halla en quien sabe, como Cervantes, pintar un tipo de lo eternamente ideal y otro tipo de lo eternamente real; en quien pone, como Calderón, junto a un pensador como Segismundo, un gracioso como Clarín; en quien, a manera de Montañés, por sabio estudio anatómico, esculpe un cuerpo animal de joven hermoso en el Crucificado, y luego con el espejo ustorio de su inspiración religiosa coge del cielo y concentra sobre cara y cabeza, donde comienza el alma, un rayo de la divinidad. Con tanto saber, los que saben lo que les enseñan sus maestros y aplican a la obra genial la medida de esos conocimientos, que, entre las verdades puramente tales y fijas, llevan el bagaje de todos los prejuicios y errores tradicionales con que el humano afán de saber ha suplido siempre la verdad no descubierta, no pueden juzgar la obra del genio intuitivo, del preeursor, del que es capaz de saber sin estudiar y aun sin darse cuenta de que sabe, o que, partiendo de un princ pio sólo accesible al genio, se extiende a sublimes generalizaciones en virtud de una lógica que es al Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.